Archivo mensual: noviembre 2020

PAQUETE DE TELA COSIDO CON TERNURA Y TURRON

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@vibingpixel Rio Danubio

No he recibido paquetes en mucho tiempo. No había hecho compras online hasta este tiempo de confinamiento…
De pronto hoy recibo un mensaje en el que me avisan que tengo un paquete esperándome… Se lo que trae, pero me emocioné, sentí una alegría especial… de esas que suceden cuando llega un aroma que en principio y a veces al final no identificas, un olor que te lleva otro tiempo, otro momento y con la palabra «paquete» me fui a mi infancia.
Mis papas son inmigrantes. Dejaron a todos y todo en su tierra, y añoraban todo y a todos…

Mi abuela materna leía las cartas de mi mamá donde le contaba sus nostalgias, de sus hijos, (sus nietos), con fotos, dinero y amor…
Mi abuela, que nunca necesitó mas de lo que tenía, usaba ese dinero para ir comprando aquello que su hija añoraba, además de lo que le parecía podía gustarle a esos nietos que no conocía.
Juntaba periódicos locales, recortes de revistas que hablaban de esas cosas que sabia que ella amaría saber, lápices de colores con la bandera del pueblo, banderines del equipo de fútbol local, latas de turrón, de dulces, frutas confitadas, mazapán de la pastelería del yerno, libros de cuentos delgaditos llenos de imágenes, colonia y jabón de olor de aquella marca que ella jamás usó y su hija solo para su boda, y era el lujo que ella le quería regalar después de tanta hambre, de tanta negación, de tanta guerra.

Iba envolviendo cada cosa en capas de papel de la pastelería del yerno, papel usado con manchas de la grasa del dulce que envolvieron antes.

Luego cosía retazos de telas que había ido juntando de vestidos viejos, de pañuelos gastados y seguía envolviendo, haciendo una capa bien justa y pegada a los paquetes, bien cosidas las telas, cada una con su figura y su textura.

Al final otra doble capa pero de telas «finas» de manteles o servilletas que ella ya no usaría…
Buscaba un buen cartoncito grueso y comenzaba a escribir:
» Familia Solé Sempere…» «…Pepe Alemán a Cochera»…
Luego mandaba la carta por avión que llegaría mucho antes:
«Hija espero que te llegue el paquete que envié, porque con esa dirección no se yo…»
Y entonces llegaba aquel paquete a mi casa 2 meses o mas después, pero siempre cerca de la navidad, y había que esperar que llegara el papá y estuviéramos todos, mi mamá se sentaba en la mesa del comedor a llorar y a limpiarse la cara con el delantal, con las manos en el paquete para que no se le escapara, lo olía, lo tocaba, le daba la vuelta. Luego pedía una tijeras y esperábamos…

Llegaba mi papá y sin quitarse chaqueta o corbata, mirando arrobado a su mujer, mano sobre mano le sonreía y ahí comenzaba el corte de cada puntada, desesperante para nosotros, ritual para ella, doblaba cada retazo, cada uno, algún retazo le recordaba el vestido, el delantal y lloraba otra vez… otra pausa… luego el papel y ahí arrancaba otro llanto incontrolable…

El delicioso olor de la pastelería, del obrador, de cada dulce que durante vio salir y entrar, que a veces probó…
Y con el ultimo papel comenzaba a sacar cada cosa…

Prohibido hablar, tocar, oler, suspirar… Solo ver y callar.

Y después de ir poniendo esto aquí, esto allá, se levantaba nos miraba para dejarnos más paralizados aun y se iba al teléfono negro y pesado, le daba unas vueltas a la manija y pedía «una conferencia con Alicante, España» aquello podía retrasar el momento del reparto hasta dos o tres horas, pero no importaba porque al final después de la llamada, de lágrimas y algún bofetón porque alguien se negaba a saludar a la abuela, venía el momento cumbre del reparto, la probada, las risas, la alegría, la Navidad estaba lista, lo que viniera después ya sería otra cosa…

Aquel paquete duraba meses… entregado por cuotas sorpresivas a golpes de ternura de mi mamá, que no tenía mucha ni para ella… Muchos meses hasta que solo quedaban los cuentos, los lápices y los periódicos, las telas y los papeles…
A veces en sus eternos delantales mi mamá llevaba como pañuelo las telas del paquete con las gotas del perfume y lloraba… solo a veces…

Noviembre de Otoño el año de la Incertidumbre 2020

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Robo de Otoño

Ahora que me han robado el otoño me ha tocado inventarlo con este sol inclemente y este calor.

Este calor de playa y mar tropical sin otoño, sin primavera, sin invierno.

Inventarlo y sostenerlo al menos por unos minutos, más tiempo es difícil.

Pero insisto y busco con que fijarlo, olores, colores, sabores.

He tenido que anticiparme al robo que ya sé con seguridad que ocurrirá, es un futuro cierto sin ninguna sorpresa, todo seguirá igual, pero el robo es inminente, será la novedad, la sorpresa oscura y absolutamente cierta.

Ya sé que no es mío el otoño, era prestado, ya lo había perdido antes y jamás, jamás pensé que volvería sin esperarme.

Ya sé que él siempre ha regresado con sus vientos y sus colores y los montones de hojas, y me prometí que nunca más lo perdería…

Pero no cumplí, lo perdí, y es irremediable porque este otoño precisamente este, ya está yéndose sin mirar atrás, sin despedirse de mi, me deja deshecha, o no en realidad me deja hecha jirones, con lágrimas y una huella indeleble de vacío…

Manos mal que dejó su estela de ocres, marrones, amarillos, dorados, olores, vientos, bufandas, gorros y botas y quizás para su próxima entrega yo esté ahí, esperándolo, perdonándolo sinceramente porque mi amor por él es de los buenos.

Me robaron el otoño.

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El Alma Confinada

atodocreyon2.blogspot.com
silenciada Obra a creyón de Claudia Chacón

Y entonces creo que se me fue el alma…

Y entre un día y otro fui perdiendo el alma. Bueno no, eso es exagerado porque ¿Cómo puedo saber que el alma se ha perdido si no se si tengo alma, o si alguien tiene alma.

El alma es algo que se puede perder según he leído, o escuchado.

Podríamos decir algo así como: “…y entonces Rodulfo perdió su alma” 

Pero a mí se me perdió en serio y creo que fue una de estas mañanas entre el confinamiento y las malas noticias, como si el confinamiento abriera espacios y en esos espacios se me perdiera un pedazo de apellido y muchos espacios de alegría y la mala noticia aprovecha y entra, claro que yo le abro un poco las cicatrices que tengo desde que empezó el caos, un rato de twitter, otro rato del grupo de wasap de Crecimiento Personal y listo la mala onda entra y se instala.

Pero ya pasaba antes de todo esto, sin tantas cicatrices, ahora hay más, o yo tengo más, o las mismas están abiertas, no lo sé.

Hasta quizás porque se abrieron, el alma se me fue por ahí.

No se explicar porque lo sé, y no voy a pensar mucho en eso.

Es algo que sabes. Lo sabes y ya. Es como una sensación de no llenura, no es de vacío, no, es de que hay una llenura que ya no tienes, pero no ha quedado espacio. Es complicado ¿no?

Creo que si es el alma la que se presenta ante dios, o va al cielo, o se queda por ahí vagando cuando uno se muere, pues cuando llegue el momento ella aparecerá, o no…

No tener alma me da cierta paz. Una cosa menos para ocuparse.

Aunque la verdad poco me ocupaba de ella. ¿Será por eso que se fue?

Pero ¿Cómo se ocupa uno del alma? Cuando era pequeña era sencillo, te portabas bien tenías el alma blanca y pura como las sabanas de la propaganda, impecables al sol, luego hacías cualquier maldad, una mentira, un robo, una mala palabra y se manchaba un poco el alma, “la mancha”, ahí estaba hasta que se iba a punta de arrepentimiento penitencia o se te olvidaba…

Pero después creces y es que no te ocupas de ella porque tienes tanto que hacer, hasta que llegó El Confinamiento y te sobra el tiempo…

Por eso dudo de que se haya ido porque quizás nunca estuvo, son las ideas de tanto cambio, tantas cicatrices que se abren, tantas nuevas malas y buenas ideas que han aparecido en estos raros días…

Ma. Dolores Solé

Noviembre 2020

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LOS SAPOS

                                   

un nuevo nocturno Claudia Chacón

        Aparecieron calle abajo al salir las primeras estrellas, el pueblo entero estaba acostado, un vecino jura que oyó él murmullo y pensó que era alguna muerte cercana, los rezos de los dolientes, repetidos, lentos…

        Otro dijo que parecía él fin del mundo, como si a los ancianos les hubiera dado por confesarse, de golpe, a todos.

        Calle abajo, lentamente, salto aquí, salto allá, croa-croa, huepe-huepe, en larga y ancha procesión, sapos y ranas calle abajo, ordenados y mirando al frente, muy seguros, muy decididos.

        Y llegaron a la plaza y se quedaron ante la puerta de la iglesia, inquietos y croando suave, croa-croa huepe-huepe. Eran muchos sapos, muchas ranas.

        Todo el suelo de la plaza verde y marrón.

        Todas las ventanas abiertas en rendijas, y los ojos ocultos, curiosos.

        Al fin, el cura despierta y se asoma por la ventana chiquita de la puerta principal, no ve nada, pero oye todo él eco…

“Algún lio, alguna disputa, no los veo, pero parece que son muchos, pero no sé qué dicen. ¡Cállense!  ¡Que el cura es el que los levanta con la campana cuando ustedes aún duermen! Más respeto, murmura molesto el cura.

Que váyanse lejos con sus murmullos y sus discusiones de política, que soy viejo, y despierto a las campanas yo solo. ¡Caramba!”

        Y los croas y los huepes, más fuertes, continúan, suaves, sostenidos.

        “Bueno, abriré y los voy a poner de rodillas por hacerme esto y ¡Ay del que se niegue!  Lo mando a hacer unos cuantos vía crucis, de rodillas…  vaya que hace frio por aquí abajo hoy… los tengo que componer a estos y tienen que respetar, que se creen ¿que aquí no hay autoridad?, aquí lo que hay es locos, viejos, viejas y yo”

        Puerta de madera vieja, rechinando ella y callando los batracios, todos muy quietos ahora, muy quietos, casi parecen congelados, los ojos redondos, fijos en la puerta que se abre, la puerta pequeña, la de la semana, la otra, la grande es de los domingos y fiestas de guardar.

        Aún es noche, sin luna más noche todavía, así que solo se ven los brillos de los ojos, brillos de lunas pequeñas, de muchos planetas pequeños alrededor de la plaza…

        “Santo Dios bendito, Virgen del Perpetuo Socorro cuanto bicho” y se santigua el cura “¿quién los manda? Sapo y rana no producen nada, no se cosechan ni se ordeñan, sacan verrugas, pero ¿quién los cría para eso?

Y me los manda a mí, yo no tengo verrugas, y míralos, todos esos cristianos escondidos detrás de las cortinas, despiertos y escondidos, que el cura resuelva, ¿por qué se esconden? Tienen miedo, ¿miedo a qué?  ¡Virgen Santa, Se meten en la Iglesia!

        Y corre el cura al altar y allí ve al sacristán, casi en pijama, con los ojos tan abiertos como los sapos y las ranas, con la boca abierta, ahora mira a los bichos, ahora ve correr al cura, se va el cura, piensa, se asustó, no, viene al altar…

        “No dejaré que lleguen al altar que eso es muy sagrado, no los dejaré subir, ahí sí que no. Esto es obra del diablo”

Atrás les grita, pero no escuchan, los sapos y las ranas están por todo el suelo, bajo reclinatorios, y pasillos, ordenados, perfectos, quietos, expectantes.

Ni uno cruza esa línea invisible entre lo sagrado y lo humano de las iglesias.

        El cura ha llegado al altar, va en bata, pide sotana y casulla y el sacristán no se lo cree, pero no habla, corre busca y ayuda al cura. Él se viste y prepara todo, el cura mira a los bichos para que no se vayan a mover.

-Lento sacristán, muy lento como siempre.

-Es que estaba dormido… es que estos sapos no me gustan…

es que no sé porque se pone la casulla, eso no los asusta.

-Pues bien dormido, tuve yo que abrir la puerta de tanto ruido, que pensé en borrachos y mira tú…

Y comienzan los sapos, muy bajo, casi murmuran, casi parece una súplica, croa-croa, huepe-huepe,

        -Misa de difuntos sacristán.

-Padre ¿de difuntos, y eso por qué?

-Seguro que esto es alguna ánima en pena que se ahogó en el pantano, o en la quebrada y anda mandando mensajeros para que la saquen de este mundo. Así que misa de difuntos y en latín para que sea más efectiva.

-Misa para sapos padre, eso puede ser pecado

-Y a ti que te importa, si es pecado, pecan los bichos, igual hago la misa, que ellos son creaturas de Dios ¿no?

-Sí, eso sí, mejor decir misa de sapos padre, misa de locos. A mí esto me parece de locos. Una locura.

-A ti te parece que te callas, que tú eres más bombero que sacristán, termina de vestirme mientras vigilo que ninguno se acerque. Por San Casimiro, San Bartolomé, San Bastián…

-San Francisco amigo de los bichos ¿no?

        -Sí, ese, San Francisco que nos asista. Abre los libros, comencemos.

        Y empieza la misa, y el silencio de tanta vida llega hasta el oído de todos.

        -Padre –susurra el sacristán- que los bichos están contestando, o ¿estoy alucinando?

        -Estás loco, cállate.

        Las viejas se asoman por la puerta.

        -Tú no mires, solo de reojo y solo por si los bichos vienen. Haz como si fuera lunes, y tú y yo solos con los santos y alguien que se habrá muerto sin auxilio; así que, por el amor de dios, sigamos adelante o el muerto voy a ser yo.

        Los sapos y las ranas abren y cierran los ojos según cada sagrado momento, bajan o suben sus cabecitas según cada momento de recogimiento.

        Y reza el cura y contesta el sacristán y los sapos croa-croa, huepe-huepe muy, muy bajo.

        Canta un murmullo lento el cura y el sacristán de rodillas vigila.

        Y ahora llega el momento de la homilía, hay que subir al púlpito, se santigua el cura:

        -San Francisco, San Bartolomé y Santa Bárbara me acompañen.

        Mira a los animalitos y dice:

-Hijos míos, no, creaturas de Dios… ¿Qué será lo que han venido a buscar? Yo no he visto congregación más atenta y más quieta, todos me miran, ¿será comprenden señor?

Que no vienen por el diablo, a lo mejor ni por dios, a lo mejor es una prueba, pero igual les va sermón de madrugadas y de otros años cuando era joven y se me llenaba el alma de rezos y de creerlo todo.

Santa Rita, patrona de los imposibles me acompañe.

        Mira hacia el techo, cierra devotamente los ojos, se santigua lentamente, profundamente, une sus manos.

-Los bendigo primero (por si acaso algo malo)

-Esto es como estar ante personas que hablan otro idioma, que nada entienden de lo que yo les vaya a decir ni de rezos o iglesias (o ¿sí?), pero tienen cara de saberlo todo. Como niños con cara de que se saben todos los misterios…

Recuerda entonces el cura cosas viejas, cosas nuevas, mueve la cabeza, mira hacia abajo, murmura y decide bajar del púlpito.

-Sacristán ayúdeme a sacarme la casulla, el hábito que todo esto me molesta para sentarme en el escalón de allá bajo, cerca de los bichos, los sapos y las ranas.

-Y ¿se va a sentar en el suelo?

-Me verán mejor y yo a ellos.

        Murmura el sacristán:

-Que aquí lo único que van a entender son las viejas que le van a escribir al obispo, y los dos nos iremos juntos a un pueblo de esos llenos de agua con mosquitos zancudos y todos los sapos estos se irán con nosotros…

-Deje el murmure y vigile. Que me manden donde sea, pero aquí pasa algo que no entiendo y que no voy a entender y no me importa, hoy hago esto porque quiero. Aquí dejo por un rato al cura y soy hombre con bichos o sapos y ranas.

-Pues ¿qué hay que saber?, sapo es sapo y aquí estarán calientes…

-A callar.

-No me callo …y en el invierno cantan, y con la bulla que hacen yo duermo porque es monótona y tranquila, si cantan el agua no sube y no se desborda, el rio está tranquilo… y tienen miles de renacuajos que los niños recogen en latas, que tocan el agua y luego les da disentería padre, por meterse en el barrial…

Y se escucha muy bajito: (Croa-croa, huepe-huepe, se mueven, se acomodan)

-¡Chitón pues hombre! – ya el cura está molesto. -Cállese pues que no me aclaro.

(Y los sapos miran a uno y a otro)

Y el sacristán se arrebuja molesto en un rincón en la penumbra y escucha quieto, atento, vigilante.

-Bueno creaturas de dios,  nunca ni había pensado en sapos, ni en ranas, no pienso en bichos, solo cuando molestan. Pero en serio que debe ser que ustedes no molestan…

-…comen mosquitos zancudos son eco…

-Chitón pues…  y tampoco nunca pensé en tantos bichos juntos, quietos, atentos, casi hasta que diría devotos, respetuosos, una feligresía perfecta, un público perfecto como la obra de Dios, como la esencia de cada ser humano.

Como niños, ustedes son como niños a los que se les ha prometido algo bueno y especial si se portan bien en la iglesia, en la misa, al menos un rato, y ahí están quietos y esperando que pase todo y recibir su premio. Y no tengo nada especial, nada que darles.

Abre sus manos enseñándoles que nada tiene, pero los bichos solo le miran a él, y él a ellos, trata de mirarlos a todos, ellos con ojos saltones, él con ojos tristes.

        -Yo soy un cura de pueblo, cura de pueblo pequeño, cura pequeño pero cura al fin y puesto aquí para lo que Dios mande (Dios con mayúscula) Dios, y Dios los debe haber mandado. ¿Será que ustedes me dicen y yo no entiendo?

        Suena algún huepe algún croa. Pocos.

-¿Será que ustedes, en su quietud, en su aparente devoción, me lo están diciendo?

-Y yo solo sé de ahora, de ya mismo que no entiendo del más allá, del infinito, de lo eterno, que suena bien pero no sé de eso, nada. Hasta se me han olvidado los misterios de tanto repetirlos una y otra y otra y escuchar el eco de los que tampoco saben pero repiten, o ¿alguien sabe? También perdí la costumbre de creer, solo fe en lo que veo y en lo que toco y poco más. Cierro los ojos Dios, los cierro, luz del padre, luz del espíritu santo, luz de tantos y tantos misterios que cada día suceden, misterios y milagros. Luz de Dios.

-En algún charco de este pueblo se me perdió todol, y ustedes lo encontraron y me lo vienen a traer, o solo a contar que lo vieron. Pero  ahora no los entiendo, y lo que hayan venido a decir no lo entenderé, quizás si se quedaran lo suficiente… si yo volviera a escuchar, a creer.

        -Tiempo, oír, ver, ¿Ven?  ¿Lo ven? Los sentidos me atan, necesito de tiempos y de mejores sentidos, otros distintos tal vez, otros que tuve y perdí. Y ustedes volverán a los charcos sin que yo haya entendido.

        Sacude sus ideas, se despeja de las telarañas que obstinadas siguen ahí tal cual…

        -Creaturas de Dios, obras de él, unidad formada por eslabones perfectamente unidos unos a otros y a otros y a otros, como esas infinitas estrellas colgadas allá arriba Dios sabe con qué fin, pero allá están unidas al cielo cubriéndonos, dando cobijo a sus charcos, a la lluvia que los nutre y ustedes cumpliendo, procreando, cantando, alabando, y los niños con sus latas, y yo viendo pasar y pasando… Y es que me quedé.

-Antes miraba caer hojas y las amontonaba una sobre otra asombrado de tanta perfección y hacía montones y los clasificaba, primero por color, luego por los rotos o porque eran parecidas, eran perfectas; ahora amontono años y sueño, cansancio y ecos, repeticiones y murmullos, años viejos imperfectos, nada de asombro. Pero aquí están ustedes, y podría comenzar a clasificarlos, mira esas ranas blanquísimas…

        -Ranas plataneras padre – animado habla el sacristán que el de eso sabe – se pegan a las hojas bien lejos del sol, escondidas en rendijas verdes para no quemarse. Y seguir blancas.

        -Plataneras entonces. Y aquellas bien verdes, igual al verde de San Como, y las marrones parecen barro…

        -Se camuflan…son buenas para las verrugas…

        Y se mueven más las ranas, los sapos, reconocidos, parece que los ojos brillan más, están más redondos, más relajados los montones de aquí y de allá, algún croa-croa persiste bajito, algunos huepes. Algunas cierran los ojos. Bajan las cabezas.

        -Me cansé sacristán. Aunque me quede aquí y me congele no entenderé. Pero no importa. Terminemos bien esto, lo que sea que es.

        Y el cura se viste de nuevo. Vuelve al altar lentamente,

-Ayúdame sacristán que quiero terminar esta misa, deja que los bendiga y ya, volvemos a la cama, no importa la hora ni las viejas, hoy el cura se cansó. Y todos a dormir de nuevo o no…

        Y reza el cura, alto, llama a Dios, fuerte, sube el cáliz, sube la hostia y todos los sapos y ranas bajan la cabeza, el cura los ve, cierra los ojos y mantiene unos segundos más las manos en lo alto, y reza.

Bendice todos los bultitos, verdes, marrones blancos, concentrado en que ningún bicho quede sin ella. Bendice con sonrisa.

        El sacristán se horroriza y se santigua, las viejas se van calle abajo entre murmullos y cruces en el pecho.

        Y termina la misa, el cura tapa y recoge, el sacristán lo ayuda y vigila, el cura solo está en lo que está.

        El sacristán, espera que el padre se mueva a la sacristía, pero no lo hace, así que le dice muy bajo que él se va. El padre mueve una mano, lo despide y sigue con sus manos recogidas, sonriendo y esperando.

        El padre comienza a bajar las escaleras y los sapos y las ranas, salto aquí, salto allá van saliendo de la iglesia.

        -Cura chico mi Dios, muy chico.

Y va cerrando la puerta, y los bichos saltando huepe-huepe, croa-croa; calle arriba van perdiéndose de vista, y las rendijas los despiden.

FIN

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