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LOS SAPOS

                                   

un nuevo nocturno Claudia Chacón

        Aparecieron calle abajo al salir las primeras estrellas, el pueblo entero estaba acostado, un vecino jura que oyó él murmullo y pensó que era alguna muerte cercana, los rezos de los dolientes, repetidos, lentos…

        Otro dijo que parecía él fin del mundo, como si a los ancianos les hubiera dado por confesarse, de golpe, a todos.

        Calle abajo, lentamente, salto aquí, salto allá, croa-croa, huepe-huepe, en larga y ancha procesión, sapos y ranas calle abajo, ordenados y mirando al frente, muy seguros, muy decididos.

        Y llegaron a la plaza y se quedaron ante la puerta de la iglesia, inquietos y croando suave, croa-croa huepe-huepe. Eran muchos sapos, muchas ranas.

        Todo el suelo de la plaza verde y marrón.

        Todas las ventanas abiertas en rendijas, y los ojos ocultos, curiosos.

        Al fin, el cura despierta y se asoma por la ventana chiquita de la puerta principal, no ve nada, pero oye todo él eco…

“Algún lio, alguna disputa, no los veo, pero parece que son muchos, pero no sé qué dicen. ¡Cállense!  ¡Que el cura es el que los levanta con la campana cuando ustedes aún duermen! Más respeto, murmura molesto el cura.

Que váyanse lejos con sus murmullos y sus discusiones de política, que soy viejo, y despierto a las campanas yo solo. ¡Caramba!”

        Y los croas y los huepes, más fuertes, continúan, suaves, sostenidos.

        “Bueno, abriré y los voy a poner de rodillas por hacerme esto y ¡Ay del que se niegue!  Lo mando a hacer unos cuantos vía crucis, de rodillas…  vaya que hace frio por aquí abajo hoy… los tengo que componer a estos y tienen que respetar, que se creen ¿que aquí no hay autoridad?, aquí lo que hay es locos, viejos, viejas y yo”

        Puerta de madera vieja, rechinando ella y callando los batracios, todos muy quietos ahora, muy quietos, casi parecen congelados, los ojos redondos, fijos en la puerta que se abre, la puerta pequeña, la de la semana, la otra, la grande es de los domingos y fiestas de guardar.

        Aún es noche, sin luna más noche todavía, así que solo se ven los brillos de los ojos, brillos de lunas pequeñas, de muchos planetas pequeños alrededor de la plaza…

        “Santo Dios bendito, Virgen del Perpetuo Socorro cuanto bicho” y se santigua el cura “¿quién los manda? Sapo y rana no producen nada, no se cosechan ni se ordeñan, sacan verrugas, pero ¿quién los cría para eso?

Y me los manda a mí, yo no tengo verrugas, y míralos, todos esos cristianos escondidos detrás de las cortinas, despiertos y escondidos, que el cura resuelva, ¿por qué se esconden? Tienen miedo, ¿miedo a qué?  ¡Virgen Santa, Se meten en la Iglesia!

        Y corre el cura al altar y allí ve al sacristán, casi en pijama, con los ojos tan abiertos como los sapos y las ranas, con la boca abierta, ahora mira a los bichos, ahora ve correr al cura, se va el cura, piensa, se asustó, no, viene al altar…

        “No dejaré que lleguen al altar que eso es muy sagrado, no los dejaré subir, ahí sí que no. Esto es obra del diablo”

Atrás les grita, pero no escuchan, los sapos y las ranas están por todo el suelo, bajo reclinatorios, y pasillos, ordenados, perfectos, quietos, expectantes.

Ni uno cruza esa línea invisible entre lo sagrado y lo humano de las iglesias.

        El cura ha llegado al altar, va en bata, pide sotana y casulla y el sacristán no se lo cree, pero no habla, corre busca y ayuda al cura. Él se viste y prepara todo, el cura mira a los bichos para que no se vayan a mover.

-Lento sacristán, muy lento como siempre.

-Es que estaba dormido… es que estos sapos no me gustan…

es que no sé porque se pone la casulla, eso no los asusta.

-Pues bien dormido, tuve yo que abrir la puerta de tanto ruido, que pensé en borrachos y mira tú…

Y comienzan los sapos, muy bajo, casi murmuran, casi parece una súplica, croa-croa, huepe-huepe,

        -Misa de difuntos sacristán.

-Padre ¿de difuntos, y eso por qué?

-Seguro que esto es alguna ánima en pena que se ahogó en el pantano, o en la quebrada y anda mandando mensajeros para que la saquen de este mundo. Así que misa de difuntos y en latín para que sea más efectiva.

-Misa para sapos padre, eso puede ser pecado

-Y a ti que te importa, si es pecado, pecan los bichos, igual hago la misa, que ellos son creaturas de Dios ¿no?

-Sí, eso sí, mejor decir misa de sapos padre, misa de locos. A mí esto me parece de locos. Una locura.

-A ti te parece que te callas, que tú eres más bombero que sacristán, termina de vestirme mientras vigilo que ninguno se acerque. Por San Casimiro, San Bartolomé, San Bastián…

-San Francisco amigo de los bichos ¿no?

        -Sí, ese, San Francisco que nos asista. Abre los libros, comencemos.

        Y empieza la misa, y el silencio de tanta vida llega hasta el oído de todos.

        -Padre –susurra el sacristán- que los bichos están contestando, o ¿estoy alucinando?

        -Estás loco, cállate.

        Las viejas se asoman por la puerta.

        -Tú no mires, solo de reojo y solo por si los bichos vienen. Haz como si fuera lunes, y tú y yo solos con los santos y alguien que se habrá muerto sin auxilio; así que, por el amor de dios, sigamos adelante o el muerto voy a ser yo.

        Los sapos y las ranas abren y cierran los ojos según cada sagrado momento, bajan o suben sus cabecitas según cada momento de recogimiento.

        Y reza el cura y contesta el sacristán y los sapos croa-croa, huepe-huepe muy, muy bajo.

        Canta un murmullo lento el cura y el sacristán de rodillas vigila.

        Y ahora llega el momento de la homilía, hay que subir al púlpito, se santigua el cura:

        -San Francisco, San Bartolomé y Santa Bárbara me acompañen.

        Mira a los animalitos y dice:

-Hijos míos, no, creaturas de Dios… ¿Qué será lo que han venido a buscar? Yo no he visto congregación más atenta y más quieta, todos me miran, ¿será comprenden señor?

Que no vienen por el diablo, a lo mejor ni por dios, a lo mejor es una prueba, pero igual les va sermón de madrugadas y de otros años cuando era joven y se me llenaba el alma de rezos y de creerlo todo.

Santa Rita, patrona de los imposibles me acompañe.

        Mira hacia el techo, cierra devotamente los ojos, se santigua lentamente, profundamente, une sus manos.

-Los bendigo primero (por si acaso algo malo)

-Esto es como estar ante personas que hablan otro idioma, que nada entienden de lo que yo les vaya a decir ni de rezos o iglesias (o ¿sí?), pero tienen cara de saberlo todo. Como niños con cara de que se saben todos los misterios…

Recuerda entonces el cura cosas viejas, cosas nuevas, mueve la cabeza, mira hacia abajo, murmura y decide bajar del púlpito.

-Sacristán ayúdeme a sacarme la casulla, el hábito que todo esto me molesta para sentarme en el escalón de allá bajo, cerca de los bichos, los sapos y las ranas.

-Y ¿se va a sentar en el suelo?

-Me verán mejor y yo a ellos.

        Murmura el sacristán:

-Que aquí lo único que van a entender son las viejas que le van a escribir al obispo, y los dos nos iremos juntos a un pueblo de esos llenos de agua con mosquitos zancudos y todos los sapos estos se irán con nosotros…

-Deje el murmure y vigile. Que me manden donde sea, pero aquí pasa algo que no entiendo y que no voy a entender y no me importa, hoy hago esto porque quiero. Aquí dejo por un rato al cura y soy hombre con bichos o sapos y ranas.

-Pues ¿qué hay que saber?, sapo es sapo y aquí estarán calientes…

-A callar.

-No me callo …y en el invierno cantan, y con la bulla que hacen yo duermo porque es monótona y tranquila, si cantan el agua no sube y no se desborda, el rio está tranquilo… y tienen miles de renacuajos que los niños recogen en latas, que tocan el agua y luego les da disentería padre, por meterse en el barrial…

Y se escucha muy bajito: (Croa-croa, huepe-huepe, se mueven, se acomodan)

-¡Chitón pues hombre! – ya el cura está molesto. -Cállese pues que no me aclaro.

(Y los sapos miran a uno y a otro)

Y el sacristán se arrebuja molesto en un rincón en la penumbra y escucha quieto, atento, vigilante.

-Bueno creaturas de dios,  nunca ni había pensado en sapos, ni en ranas, no pienso en bichos, solo cuando molestan. Pero en serio que debe ser que ustedes no molestan…

-…comen mosquitos zancudos son eco…

-Chitón pues…  y tampoco nunca pensé en tantos bichos juntos, quietos, atentos, casi hasta que diría devotos, respetuosos, una feligresía perfecta, un público perfecto como la obra de Dios, como la esencia de cada ser humano.

Como niños, ustedes son como niños a los que se les ha prometido algo bueno y especial si se portan bien en la iglesia, en la misa, al menos un rato, y ahí están quietos y esperando que pase todo y recibir su premio. Y no tengo nada especial, nada que darles.

Abre sus manos enseñándoles que nada tiene, pero los bichos solo le miran a él, y él a ellos, trata de mirarlos a todos, ellos con ojos saltones, él con ojos tristes.

        -Yo soy un cura de pueblo, cura de pueblo pequeño, cura pequeño pero cura al fin y puesto aquí para lo que Dios mande (Dios con mayúscula) Dios, y Dios los debe haber mandado. ¿Será que ustedes me dicen y yo no entiendo?

        Suena algún huepe algún croa. Pocos.

-¿Será que ustedes, en su quietud, en su aparente devoción, me lo están diciendo?

-Y yo solo sé de ahora, de ya mismo que no entiendo del más allá, del infinito, de lo eterno, que suena bien pero no sé de eso, nada. Hasta se me han olvidado los misterios de tanto repetirlos una y otra y otra y escuchar el eco de los que tampoco saben pero repiten, o ¿alguien sabe? También perdí la costumbre de creer, solo fe en lo que veo y en lo que toco y poco más. Cierro los ojos Dios, los cierro, luz del padre, luz del espíritu santo, luz de tantos y tantos misterios que cada día suceden, misterios y milagros. Luz de Dios.

-En algún charco de este pueblo se me perdió todol, y ustedes lo encontraron y me lo vienen a traer, o solo a contar que lo vieron. Pero  ahora no los entiendo, y lo que hayan venido a decir no lo entenderé, quizás si se quedaran lo suficiente… si yo volviera a escuchar, a creer.

        -Tiempo, oír, ver, ¿Ven?  ¿Lo ven? Los sentidos me atan, necesito de tiempos y de mejores sentidos, otros distintos tal vez, otros que tuve y perdí. Y ustedes volverán a los charcos sin que yo haya entendido.

        Sacude sus ideas, se despeja de las telarañas que obstinadas siguen ahí tal cual…

        -Creaturas de Dios, obras de él, unidad formada por eslabones perfectamente unidos unos a otros y a otros y a otros, como esas infinitas estrellas colgadas allá arriba Dios sabe con qué fin, pero allá están unidas al cielo cubriéndonos, dando cobijo a sus charcos, a la lluvia que los nutre y ustedes cumpliendo, procreando, cantando, alabando, y los niños con sus latas, y yo viendo pasar y pasando… Y es que me quedé.

-Antes miraba caer hojas y las amontonaba una sobre otra asombrado de tanta perfección y hacía montones y los clasificaba, primero por color, luego por los rotos o porque eran parecidas, eran perfectas; ahora amontono años y sueño, cansancio y ecos, repeticiones y murmullos, años viejos imperfectos, nada de asombro. Pero aquí están ustedes, y podría comenzar a clasificarlos, mira esas ranas blanquísimas…

        -Ranas plataneras padre – animado habla el sacristán que el de eso sabe – se pegan a las hojas bien lejos del sol, escondidas en rendijas verdes para no quemarse. Y seguir blancas.

        -Plataneras entonces. Y aquellas bien verdes, igual al verde de San Como, y las marrones parecen barro…

        -Se camuflan…son buenas para las verrugas…

        Y se mueven más las ranas, los sapos, reconocidos, parece que los ojos brillan más, están más redondos, más relajados los montones de aquí y de allá, algún croa-croa persiste bajito, algunos huepes. Algunas cierran los ojos. Bajan las cabezas.

        -Me cansé sacristán. Aunque me quede aquí y me congele no entenderé. Pero no importa. Terminemos bien esto, lo que sea que es.

        Y el cura se viste de nuevo. Vuelve al altar lentamente,

-Ayúdame sacristán que quiero terminar esta misa, deja que los bendiga y ya, volvemos a la cama, no importa la hora ni las viejas, hoy el cura se cansó. Y todos a dormir de nuevo o no…

        Y reza el cura, alto, llama a Dios, fuerte, sube el cáliz, sube la hostia y todos los sapos y ranas bajan la cabeza, el cura los ve, cierra los ojos y mantiene unos segundos más las manos en lo alto, y reza.

Bendice todos los bultitos, verdes, marrones blancos, concentrado en que ningún bicho quede sin ella. Bendice con sonrisa.

        El sacristán se horroriza y se santigua, las viejas se van calle abajo entre murmullos y cruces en el pecho.

        Y termina la misa, el cura tapa y recoge, el sacristán lo ayuda y vigila, el cura solo está en lo que está.

        El sacristán, espera que el padre se mueva a la sacristía, pero no lo hace, así que le dice muy bajo que él se va. El padre mueve una mano, lo despide y sigue con sus manos recogidas, sonriendo y esperando.

        El padre comienza a bajar las escaleras y los sapos y las ranas, salto aquí, salto allá van saliendo de la iglesia.

        -Cura chico mi Dios, muy chico.

Y va cerrando la puerta, y los bichos saltando huepe-huepe, croa-croa; calle arriba van perdiéndose de vista, y las rendijas los despiden.

FIN

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Principio y Fin

Foto de📸: @oranmordaunt

Siempre hay un principio y un final.

Siempre. En todo. Nada escapa al ciclo. Por eso importa más el cómo llegas que llegar.

¿Qué camino elegiste, estuvo bien, fue un buen camino, complicado, difícil, sorprendente, horrible?

El camino es lo que interesa. La llegada está vacía… Piensa en tus logros, en esa llegada a la meta, la graduación, el título, la boda…

Cada suceso fue un camino que emprendiste con más o menos conciencia.

De cada camino y cada meta, cada final te llevo a ser más, más sabio quizás, más precavido, menos confiado, más susceptible, más alegre… Tantas opciones entre el principio y el fin.

Por eso el camino importa tanto. Cada detalle cuenta, así que de vez en cuando para, mira, respira y luego sigue…

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UN HOMBRE QUIETO EN LA VENTANA

Un hombre quieto junto a la ventana, mira hacía mi pero no me ve.
Estático y de pie hace más de dos horas que está ahí.
Al principio lo veía claramente, era de día.
Ahora anochece y solo sé, que está ahí, porque ha quedado fijo en mi retina.

Cuando se encienden las farolas de la calle dejo de verlo y comienza a borrarse su silueta en mi retina.
Se convierte en sombra de recuerdo y entonces comienzo a pensar en qué puede hacer una persona, dos horas o quizás más de pie, delante de una ventana, mirando la calle.

He tomado tres cafés, he fumado varios cigarros esperando que pase algo más, pero no sé qué espero realmente.
Sin embargo no he podido moverme del sitio.
Como si descubrir al hombre quieto de la ventana hubiera sido algo mágico, o dramático o incomprensible.
Pero no ha sido nada de eso. Simplemente levanté la vista cuando acaba de sentarme y vi al hombre.
Y me pareció que miraba hacia mí (que no es seguro) está a bastante distancia como para detallar tanto, pero eso parecía.

Tenía las manos en los bolsillos.
Y eso, lo de las manos en los bolsillos tampoco tiene nada de dramático, pero, quieto y con las manos en los bolsillos es cuando menos, interesante.
Esta tan quieto, y siento en su mirada como una especie de curiosidad.

Eso lo estoy inventando porque ya lo he dicho, está bastante lejos, pero es lo que siento cuando miro y lo veo. 

También puede sentir un odio profundo, un odio nuevo, recién descubierto, ha quedado congelado en el momento de la aparición del odio. 

Nunca he sentido odio, o si lo he sentido habrá sido poco rato, o era rabia, pero para estarse así de quieto tanto tiempo en la ventana tiene que haber algo que salga de lo normal. Por eso pienso en odio, no lo conozco, es anormal para mí, es bueno para que encaje con este hombre quieto.

Es más, para que yo levantara la vista y lo viera ahí, en la ventana por fuerza él tiene que haber tenido una mirada profunda o ¿sigo inventado?  tanto, que me obligó a mirarlo.
Eso creo.

Se va haciendo de noche, prenden las farolas, ya no lo veo.

Pero creo que lo siento.

toda idea engendra Claudia Chacón

Comienzo a tener temblores en las manos de tanto café.
Y además ya tengo hambre. Pero aun creo que no debo levantarme, él podría prender la luz y automáticamente lo volvería a ver.
Pero la luz está apagada.
Quizás ya ni esté.

Debería quedarme y esperar un rato más, total, ya llevo aquí bastante tiempo.
Pido la carta y me decido por un bocadillo de atún con mayonesa y un vaso de leche, además de una ración de papas fritas.
Listo, espero mi comida, se van prendiendo las luces de otras ventanas pero la del hombre no, o creo que no, ahora no estoy segura de que se haya ido de la ventana, que haya prendido la luz y ahora me confundo y ya no está.


Pero, de pronto pienso que quizás haya salido, bajado, y esté por aquí cerca, mirándome. ¿Por qué lo haría?

Que estupidez estoy pensando.

¿Quién hace semejante cosa?

No es conmigo su odio. Bueno si es que es odio, podría ser amor, totalmente perdido por el amor. Avasallado por un amor que lo ha tomado por sorpresa y llega a su casa y ha dejado a su amada y ahora se queda totalmente quieto para revivir cada segundo con ella, cada beso, no quiere perderse ni un recuerdo, nada, decide quedarse muy quieto y en realidad no ve nada, no mira nada, no oye nada, no escucha nada, solo se queda ahí quieto en la ventana en una tormenta de recuerdos que lo hacen vivir un torbellino interno nuevo y delicioso. ¿Para qué se movería? Para nada, quiere quedarse tal cual. Y puede que sin verme, me mira porque soy casi lo único humano, casi tan quieto como él, pero en una mesa, con un café y pequeñas levantadas de cabeza y mirada para observarlo.

Ahora si mira hacia aquí, como en todo este rato me ha parecido que hacía, ya dije, sin ver, me ve claramente, aquí está la luz del local, brillando en la calle, me debe ver claramente.  

Traen mi comida.
Mientras como se me olvida completamente el hombre quieto de la ventana.
Pero totalmente. Tanto que cuando me acuerdo de golpe y me atraganto, toso y casi me ahogo.

Qué susto.
Levanto la vista. No lo veo. Pero no tengo dudas de que su ventana esté apagada

contigo,toda idea engendra. Claudia Chacon. atodocreyonblogspot2.com

Ahora si estoy convencida de que ha bajado y hasta puede estar en este local.
En todo este tiempo ha entrado y salido un montón de gente.
Miro y detallo a todos. Ninguno tiene las manos en los bolsillos.
Claro, que estupidez (otra más), si viene a sentarse es difícil tener las manos en los bolsillos, pero aunque crea que es estúpido busco a alguien estático, con las manos en los bolsillos.
Pero no, ninguno.
Estoy casi segura de que aquí no está, debe seguir arriba, se habrá cansado de estar de pie y ahora descansa, o come, o habla por teléfono, o ve televisión.

Pero no puedo dejarlo ir así, sin más, con odio o amor, o puede que con pena, profunda pena por una pérdida, un descubrimiento doloroso, alguien te llama y te da una de esas noticias que no pasan del oído, se quedan ahí dando vueltas, la cabeza se vacía de golpe, y no piensas. Te quedas “de una pieza” nada se dobla, todo pierde su flexibilidad, músculos y nervios se paralizan y quedan absolutamente estáticos siguiendo al cerebro vacío de ideas. 

Eso ha debido ser; pero usando este tiempo verbal no me queda más remedio que seguir esperando que algo pase porque no tengo certeza, ninguna, porque ese hombre quieto en la ventana debe estar viviendo sin duda una situación extrema, culminante, pico, álgida, emocionante y más, muchos sinónimos más, todos los sinónimos le calzan, todos se amoldan a él y eso es lo que no me deja moverme, aquí estoy pegada a la silla, esperando que se prenda la luz, o que llegue la mañana otra vez, lo que sea que me demuestre que este hombre quieto en la ventana sigue ahí viviendo en ese estado. Haciéndome vivir, pensando que no me ve, pero me mira.

Al fin, cuando ya decido que debo irme y soltar estas horas sin sentido, se prende una luz, se ilumina la ventana, no está él, pero ahí está. Ha superado el momento, ha vuelto a pensar, ha dejado de sentir terriblemente, profundamente.

Ahora seguramente tomará de nuevo el ritmo de su vida, ha salido de su parálisis, quizás no sanará pronto, quizás seguirá emocionado, odiando, amando, no lo sé.

No lo voy a saber nunca, me voy, lo dejo, me cuesta un mundo apartar la vista de esa ventana, sé que detrás esta él, con su vida, con sus dudas, pero yo sé que mientras estuvo quieto en esa ventana su vida estuvo absolutamente llena, rebosante, desbordada y yo estuve con él.   

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LA SORPRESA DE LA SOLEDAD DE LOS MOMENTOS PARALIZADOS

LA SORPRESA DE LA SOLEDAD DE LOS MOMENTOS PARALIZADOS

 

 

Y de pronto de adentro, del fondo salen todos los momentos paralizados, tapados, no vividos, entregados, comprometidos, todos estaban ahí, como si realmente fueran míos para vivirlos, aunque yo misma lo impidiera.
Destemplados se presentan porque ahora hay tiempo y espacio.
Cuántos años guardando y arrinconando.
De pronto descubro que solo tengo lo poco que necesito para mi.
No hay más.
Y descubro que el vacío no solo viene de la profunda meditación, no, también viene cuando cruzas el límite entre la razón y la locura y te salvas.
Gracias a las manos que me abrazan y me cuidan, y a los corazones que no entienden pero atienden.

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EL DISCRETO ENCANTO DE UN ESCONDITE QUE AMANECE ENAMORADO

EL DISCRETO ENCANTO DE UN ESCONDITE QUE AMANECE ENAMORADO

Ahí estaba él, como siempre puntual, regio, completo, magnífico.

De hecho no hubo sorpresa, siempre llega, siempre.

Y a pesar de su rutinaria presencia, de su encanto repetido y hasta antiguo, aún mueve mi sangre y me acelera el pulso.

Y entonces por buscar romper lo de siempre me escondí y observé.

Me daba risa, estar ahí agachada, con pequeñas lagartijas, hormigas, pelícanos, pero pudo más la intriga, ¿vendrá aunque no me vea?

¿vendrá magnífico como siempre, o habrá perdido brillo al no tener mis ojos para encandilar?

 

Nerviosa, quieta, silenciosa y expectante aquí estoy y entonces compruebo que no es él, que soy yo, bueno no yo, que son mis ojos, que es mi sangre que es eso que el sembró en mi, su encanto antiguo, su rutinaria y preciosa presencia.

 

Y aquí sigo escondida, asombrada, enamorada, sin perderme ni un rasgo, ni un movimiento, acompañada por el ruido del mar que nunca se calla, que me permite suspirar sin que él se entere, solo el pelicano observa, de lejos.

 

FOTO: JOSE MILLAN @josemillan

 

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TEJIENDO VACIOS

Tomo el hilo de mi tiempo y reviso lo tejido, tengo las manos vacías.

Descubro que no tengo nada que pueda exponer que sea verdaderamente mío, todo lo que veo aquí dentro y lo que está fuera tiene toques, trazos, sombras, atisbos que pueden tener mi esencia.

Y estoy bien con eso.

Si tuviera que hacer el equipaje justo ahora que reviso y actualizo, me bastaría una sonrisa, que tampoco es mía, pero esa me llevaría, esa me abriría las puertas porque aunque estoy  segura de que tengo las manos vacías, esa sonrisa y las sonrisas de esa sonrisa me bastarían para hacerle un espacio a la esencia que he sido allí donde uno llega cuando se va.

Imagen de atodocreyon2blogspot.com de Claudia Chacón

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LA PESADILLA

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En realidad yo nunca había soñado, nada, absolutamente nada.

Cuando era pequeño inventaba pesadillas, sabía que era una buena forma de tener a mi papa corriendo a salvarme de los monstruos debajo de la cama o el hombre vestido de guerrero japonés dentro del armario o la aspiradora sangrienta que arrasaba con el gallinero dejando un reguero de plumas y sangre, y aquel terrible mango que en cuanto yo trataba de mordelo habría su enorme y dentada boca y me mordía toda la cara rápidamente..

Me las tenía que inventar y me daba mucha envidia que mi hermano mayor si las tuviera, las de él eran de verdad, el sudaba y le costaba horrores volverse a dormir temblaba y costaba mucho sacarlo del terror.

O al contrario, en los largos desayunos del domingo le relataba a mis papas sus sueños divertidos de vuelos, piscinas llenas de pastelitos que iba pescando con la boca, tocinillos de cielo, pequeñas bolitas de crema, trufas de chocolate y bolas de helado.

Y claro sus sueños creaban una avalancha de los sueños de mis papas, sueños menos divertidos, pero interesantes, encuentros con la abuelita Eulalia que siempre le sacaba los zapatos a mi papa y se pinchaba con las piedras o los discursos fantásticos de mi mama a la asamblea que aplaudía y la nombraba presidenta, la primera mujer presidenta y justo cuando iba a dar las gracias se daba cuenta de que no llevaba ropa interior.

En fin que entonces a mi me tocaba invariablemente inventar algún sueño que fuera al menos igual de entretenido que los de mis papas o si podía más divertido que los de mi hermano, aunque era difícil, él soñaba de verdad y tenía 8 años por fuerza sus sueños eran muy divertidos.

Así que ahí estaba yo inventando que entraba en el colegio y me recibían con una silla de honor por haber hecho la suma más larga del colegio o que el lápiz se convertía en una barra de caramelo y me lo comía y entonces no podía hacer el exámen y cuando trataba de explicarle a la maestra, a ella le daba risa porque la tiza era un pedazo de mazapán y los colores de los compañeros barras de caramelos de fresa y menta.

Y aquí estoy ahora escribiendo en mi diario que he tenido una pesadilla, realmente la tuve, ha sido algo impactante, mi esposa a mi lado se asustó cuando la desperté con mis gritos, yo estaba sudando, temblaba, mi respiración era rapidísima, había tenido una terrible pesadilla.

Y ahora horas después no he logrado recordarla.

 

 

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ENFOQUE

ENFOQUE

El centro.

Quizás la meta.

El punto focal.
El enfoque.
El agujero blanco.
El camino bien trazado y agendado, cada cuadrícula indicando el camino a la siguiente sin temor a la obsesión, ni a la crítica a la perfección.

Ni siquiera a la perfección misma, que es buena ella, es realmente buena, mira si no a una rosa, mira si no a una vaca, mira sino esos ojos.

Perfección.

La perfección durante el viaje.
Sin dudas.
La flecha directa al objetivo, sin distorsión.
Distraída la mente puede ir cuadrando el color allá donde lo quiera, lo requiera, lo necesite, lo desee.

Puedo sentarme en cualquier parte del camino, porque en cada cuadrícula se abre una luz de ventana a aquello que busco en ese exacto instante.

Y me permite distorsionar el pasado hasta dejarlo exactamente dónde va.

Y no hay futuro.  Es tan calma la idea.  Es todo hoy.  Es todo aquí o allá, porque una vez en el enfoque, simplemente es.  Eres.  Es tan deliciosa la idea.

Sentarme o recostarme en sus mullidos puntos, en el entramado que se ve recio y seguro, sutil y perfecto para los sueños, los arrullos, las ideas.

Los intercambios, las ausencias, la noche, el insomnio, la siesta, la lluvia, la luna gorda, la luna delgadísima.

Las nubes de borrego, de jirafa, de elefante.

Puedo descolgarme de cada punto y tejer éste con aquel y aquél  y con el otro y formar una hermosa cortina de cuentos para mis niños, los de siempre.

Los que vendrán.

Y hacer poesía.

Y cantar.

Y tanto más.

Es perfecta.
Es espectacular.
Es para pasarse el día mirándolo e imaginando finales:

Caídas al Finisterre monstruoso.
El cielo de mi padre, luminoso, con fados y tangos.

Y poesía, mucha poesía, en cada punto una buena frase.

Otoños y primaveras.

O el cielo de Mumba, el negrito africano que murió de sed, bañándose en un interminable mar de aguas y dulces de coco hechos por su madre, que lo acompaña en su cielo, donde a cada paso hay lo que ella quiere para su Mumba.

O el temeroso ruin que se ha llevado sueños de alguien, de algunos, por miedo, por ambición, por locura, allá al fondo sabe que le espera el calor de ¿el infierno?

O del «ya se acabó esto» y puedo dejar de ser ruin.  Y ser otra cosa.

Es el final.
Y vamos a tomarnos de las manos e intentemos correr por este pasillo de enfoques y vamos a reírnos del tiempo lineal y de la física cuántica.

Es tanto…

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LA NIÑA VERDE CON BOFETADA

Almira, empeñada como siempre en tener la razón, vistió a la niña con aquel horrendo vestido amarillo.
Le quedaba corto y se notaba que no era la talla correcta.
Y el color, ¡el color! El tío Marce lo llamada color hepático, y el abuelo rosado paella.
Así sería, para que dos hombres, más bien serios y poco detallistas, hubieran encontrado semejantes nombres a aquel amarillo deslucido.
Prudencia, que así se llama la niña, invento de la misma Almira, claro, decidió que era lo conveniente para la cita de la niña con su nueva escuela de señoritas.
Prudencia, escuchaba y callaba, siempre lo hacia. Era preferible eso que recibir las bofetadas histéricas de su madre.
Acepta y calla, se era el lema, claro que podía pasarse mil horas imaginando como asesinaría a su madre, o como su madre moría aplastada por una pared de la construcción de al lado. Y sonreía. Pasaría.
Totalmente convencida.
Pero hoy, un día más que importante, aun no había pasado. Y ella estaba a punto de llegar al nuevo colegio vestida como un espárrago seco.
Con todo aplastado y dos trenzas con lazos hechos, como no, con el bajo del vestido.

Sentada en el porche de la salida de la casa, se miraba en el espejo del paragüero.
No hay salida. Si de aquí allá no choca y se mata, o le da un ataque, o una araña venenosa entra en el auto y la pica dejándola quieta y dura,  si nada pasa, hoy será un día muy difícil.

Salió la madre, pletórica, le dijo:  Señorita vamos a inscribirla en la que será , su nueva vida. Vamos!

Y ahí estaba, rodeada de glamorosas o esmirriadas niñas, pero ningún espárrago como ella.

La directora pidió a la niña pasear por el inmenso jardín mientras se hacían los trámites de inscripción.
Prudencia, se sentó en una banca lejos de las demás.
Se sacó un lazo, deshizo una trenza.
Luego la otra.
Un zapato fuera. El otro.
Se sentía bien. Pero vendrían bofetadas.
De pronto recordó “las manchas imposibles”
Las de la tele.
La camisa blanca “perdida por las manchas de hierba”
Y pensó en las bofetadas.
Ya las tengo ganadas, no sé hacer trenzas.
Y entonces se sentó en la hierba, se arrastró un poquito, se volteó, miró su falda, decidió arrastrarse un poco mas, tipo tobogán.

Luego tipo cucaracha patas arriba, la croqueta, la empanizada.

Todas las revolcadas.
Unas treinta bofetadas.
¡Pero ella estaba ahora verde y risueña!

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Estado de Coma

Al fin después de un largo coma abro los ojos y descubro mentiras, la mayoría me las he dicho a mí misma, me las he creído y luego las he repetido a los demás.
Un largo, larguísimo río de mentiras y acciones hipócritas que se fueron sumando a otras sinceras y honestas acciones y frases.
Una mezcla extraña de ambos extremos.
¿No es así la vida de todos?
¿No es así tu vida también?
No puedo dejar de levantar la mano, culpable, pecadora, deleznable. Pero estaba en esta especie de coma al que no sé cómo llegué.
Claro que sí sé que no fue accidente ni trauma.
Tampoco fue alguien que me empujó a este estado, no, ni siquiera la vida.
Porque cuando reviso y rebobino, veo clarísimo que en realidad había que sobrevivir y parece que única forma que encontré fue vivir en ese estado.
Y desde ese punto de vista puedo ser declarada inocente.
Todo empieza cuando uno es tan pequeño, tanto, que es impensable que alguien nos cargue de tal manera el alma que terminemos por tratar de salir del ahogo y la confusión a través de una trama intrincada y delicada de falsedades y certezas.
Y vas creciendo físicamente, pero internamente no creces, para nada, te quedas atascado en esa maraña que has creado, que te impide ver tan siquiera la luz del sol cuando estás en la playa, o la frescura del rio cuando te llevan de paseo.
Pasas de un pensamiento a otro, saltas de una idea a otra pero siempre tienen que ver con escapar y salir indemne.
¿Escapar? ¿de qué?
Ni siquiera sabes.
Solo vas viendo a esos pensamientos que te llevan a brazos amorosos de príncipes rubios y fuertes, altos y románticos. Príncipes en motos rápidas que apenas te vean, flaca, cané y descangallada, igual se enamoren de ti y de un solo vistazo, sin ninguna duda te rescaten.
¿Rescate?
No, solo que te lleven, que me lleven y hagan de mi vida una cosa real y luminosa, hagan algo bueno con ella. Bueno, o perfecto, o como en las películas.
En realidad ¿qué se yo de una buena vida?
No hay referencia. Hay revistas, libros de amores difíciles o fáciles, pero no explican bien lo de vivir una vida buena.
Hasta quizás, pensaba yo, la vida confundida y enmarañada, es la vida buena.
Si a ver vamos, los pobres niños de Zambia o de Los Andes sí que lo tienen difícil.
Yo solamente tengo marañas, pero como y duermo caliente y tengo familia y estudio, o al menos tengo libros y clases. Aunque soy allí tan extraña como en mi casa.
Pero eso, es otra historia.
Y ahora, cuando despierto o salgo de ese estado, no hay lucidez, no aún, pero se que la va ha haber. Es imposible que sea de otra forma.
Tanta confusión, tanto creer en mis propias historias y las de los demás, ha dejado secuelas, un profundo cansancio y también desconfianza.
No confío en mi, tampoco en nadie.
Solo en mi príncipe, sin moto, pero rubio y severo, amoroso y honrado.
Que el corte, deshaga y ordene esta vida mía.

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