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El tren, el tren, el tren

Instagram Fotógrafo / Phtographer@losttrackofthetimeRail Road Park by © Matthew Malkiewicz – Lost Tracks of Time

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Aquí estoy escuchando al tren, tratando de encontrar el primer recuerdo de sus sonidos.

Quizás se ha borrado y solamente quedan los recuerdos de la ventanilla abierta, con el paisaje pasando rápido entre naranjos o trigales o colinas; a veces, de noche se llena de pequeñas luces, pueblitos quizás, o una ráfaga que huele a buena comida, una cesta por aquí quizás, de esas que preparaba la abuela o las tías.

Así que, sentado aquí y tratando de recordar, en realidad me doy un banquete inimaginable de sensaciones, olores colores, vientos, distancias… ¡y disfruto tanto!

Mientras voy escuchando: el tren, el tren, el tren.

Lo había perdido, digo el tren como realidad, como vida, como lejanías, como signo de vacaciones, de emocionantes llegadas y despedidas, aventuras…                                         En algún lugar lo olvidé, se borró, se perdió, y quedó una especie de sombra, de rastro, de casi nada, en algún sitio tapado debajo de responsabilidades, trabajo familia, amigos, años… Y porque además aquí donde tengo mar y arena, no hay tren.

Y parece que fue una pérdida importante, como haber perdido un chaleco, un reloj. Aunque algunas veces regresaba en algún olor, en algún sonido.

Hasta un buen día cuando, e pronto, se acabó todo, me dijeron que estaba cansado, que era hora de pensar en mí, que tomara las cosas con calma. De pronto parece que todos sabían que debía hacer y cómo.

Tal y como si hubiera regresado a la infancia o estuviera incapacitado mentalmente…

En serio era tal y como si estuviera regresando a la infancia.

Y quizás fue por eso, por el retorno de las órdenes de otros, a tantas recomendaciones y sugerencias que para no escuchar recordé los viajes en tren.

Fue un recuerdo tan dulce, tan irresistible, que dejé que los demás decidieran todo lo que era importante, y simplemente, me mudé al tren.

Me monté y decidí que ya no me bajaría nunca, nunca.

Así el tren se me ha convertido en casa; y aquí estoy dentro de uno.

Y escucho al tren. Casi no puedo contener la risa por la alegría de oír las notas de las ruedas del tren cantando: el tren, el tren, el tren.

Cuando no hay nadie en el vagón, me levanto y canto la melodía de las ruedas, el eco de los rieles y otros ecos y sonidos en un coro que cada vez nos suena más hermoso.

Esas ocasiones son raras; generalmente tengo que dirigir el coro en silencio, para mis adentros, sentado, y guardando la risa. Eso no me gusta porque generalmente esas risas se me pierden entre una estación y otra; y me da tristeza perder así unas risas tan estupendas.

Debe ser también porque no anduve nunca sobrado de risas; de risas verdaderamente mías, me la he pasado de sonrisa conveniente en sonrisa inconveniente, de sonrisa de vergüenza a sonrisas de lo siento, de esas más que nada…

De risas guardo las de mi hijo, risas cantarinas potentes, manantiales de risas de él tengo guardadas un montón; esas no se me han perdido, las llevo aquí en la maleta.

Me acompañan siempre.

Claro que él no lo sabe, mi hijo digo.

Que va a saber él, creo que ya dejó esas risas lejos. Y creo, pero si alguna vez las necesita, aquí las tengo. Todas. Y además clasificadas según los momentos en que él se reía.

Me las traje al tren para que no se perdieran como las mis; porque de niño seguro que yo me reía, seguro que sí.

Quien sabe si en algún momento, entre estación y estación quizás después de algún sueño regresarán mis risas de niño.

A veces cuando alguna se asoma a mi memoria, trato de recordar el cuándo, pero no, se pierde en alguna nube oscura, en algún dolor lejano, aunque aquí, en el tren no dejo que suba ninguna nube oscura, no dejo que seba nada que no sea la risa de mi hijo.

¿Qué más puede hacer falta? Si marcho instalado en la más rica, interminable res de distancias sin final…

Bueno, sí, claro, a veces vienen buenos recuerdos que el tiempo me ha permitido retener.

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Los malos recuerdos se quedaron en la primera estación en la que decidí subirme al tren.

Se quedaron atónitos, no se podían creer, para mí que aún espera, los pobres; habían vivido tan aferrados a mi vida…

Así de pronto y a traición los dejo.

Tuve que sacármelos de encima, arrancármelos, uno por uno, con fuerza, empujándolos. Mostrándoles un desapego que todavía no sentía.

Pero el tren arrancó y nada se podía hacer; y francamente nada quería hacer sino dejarme llevar por el tren.

Tardé algún tiempo en recuperarme de aquel vacío que me quedó de pronto, no encontraba con que llenarlo, la verdad es que me costó.

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En mi maleta, además guardo las historias de mis abuelos que son de mi padre, que son las de mi hijo que las recordará…

Eso no me lo perderé, creo, pero sé que será así, serán sus historias y si no es así, no importará, no me toca sufrir por eso, ni por nada; yo decidí subir al tren y no bajar sino para pequeñas y necesarias paradas que no son molestas para nada, pequeños toques, y nada nuevo sube conmigo.

A la familia le dejé una carta llena de sonrisas de justificación salpicadas de nubarrones de locura y frases de novelas, textualmente.

Frases que decían mentiras creíbles y claras; mentiras en realidad, porque la verdad era tan sencilla, tan simple que no hubiera habido forma de que la creyeran.

Además les dejé lo que querían, lo que les hubiera dejado si me hubiera muerto, cosas que solo a mí me decían cosas.

A ellos no sé qué les dirán, pero creo que poco, ellos aún están en el futuro.

Y esas cosas son del pasado de mi vida y la verdad es que ya no las quería más.

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Aquel vacío de las cosas pasadas que se quedaron allá, el de las penas y dolores se llenó totalmente al poco de subir al tren, cuando comenzó la melodía de las ruedas, los rieles, el viento, los puentes, las piedras, los caminos; los caminos que se pierden.

Así con la sencillez de esos acordes, así se han ido resolviendo en mi vida muchas preguntas. Las que no han recibido su respuesta aún, andan por ahí tranquilas y quietas; o al menos no me mortifican o quizás no vayan ya conmigo en este viaje a ningún sitio.

Pero no me inquieta saber o no de ellas; si tienen que aparecer, lo harán, y si no hay respuestas aún se irán. Así de fácil.

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No pienso en dejar el tren o bajar definitivamente, el tren me lleva y me trae de ninguna parte a ningún sitio, no hay objetivos, ni prisa, voy tan lejos como vaya cada tren y disfruto cada instante acompañada de esta magnífica melodía de los rieles del tren.

Y además ahora dedico tiempo a escribir historias de mi familia, historias que ellos contaban cuando yo era pequeño, o no tanto pero que voy recordando, a veces, sin razón, sin ritmo, sin orden.

Encontré en estos días detrás de una tarde de lluvia y nieve algo monótona, una historia de trenes.

Una historia de un tío abuelo de mi papá que se fue a “las Américas”  y se dedicó a vender rieles y  durmientes a gobiernos locales y nacionales, porque era un estafador que vendía progreso y sueños en un solo paquete.

Y según contaban le había ido muy bien, todos querían tener trenes.

No sé qué haré cuando haya recordado y escrito todas las historias. Supongo que algo sucederá.

O empezaré a escribir las historias de andar en tren por años, hay muchas pero aún no decido nada…

En realidad no es mucho el tiempo que paso escribiendo los recuerdos, suelo hacerlo cuando el tren está parado por mucho rato y no hay nada que me llame más la atención; pero la verdad es que en cada parada, en cada recorrido, en cada minuto de cada día aquí en el tren ¡pasan tantas cosas!

Tantas

A veces son unos ojos negros que me miran y sonrojan.

Otras ojitos que enternecen.

Y rostros, rostros, vivos, reveladores, aunque a veces estén dormidos.

A veces una lengua extraña, no reconozco ni una palabra y me empeño en reconocer, buscando entre vericuetos de mi mente. No me sirve de nada, resulta que no la conozco; para nada, pero se me van las horas en ese buscar; y claro, en archivar esos sonidos por si acaso recuerdo o se repiten algún día…

A veces, si la timidez anda por ahí fuera me acerco y trato de averiguar qué idioma es, no suele irme bien en esos casos, o no hablan otra cosa que su extraña lengua o desconfían de quien pregunta o para que querría saber, en fin que normalmente me quedo sin saber…

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Algunas veces. Muy pocas, sube alguien que me conoce.

En realidad solo ha pasado dos veces que yo recuerde, pero creo que fueron más.

Uno subió y se quedó tan sorprendido al verme que tuve que acercarme y tocarlo; creía que yo estaba muerto o cuando menos desaparecido; estaba tan seguro de eso que al verme su mente se bloqueó y no pensaba, no hablaba, se había quedado vacío, o algo así.

Le costó tanto recuperarse que cuando lo hizo ya tenía que bajarse del tren, y lo hizo casi sin decir nada y ceo que escuchar tampoco escuchó mucho…

Estoy seguro de que cuando recuperó el habla y la razón, ya su mente había tenido tiempo para elaborar una historia que justificaba mi resurrección y con una sonrisa y una sacudida de cabeza había pasado la página y mi recuerdo se había ido al cementerio.

Me dio risa todo el asunto. Es divertido, trataré de recordar y anotar los otros encuentros que tuve y lo comparto con ustedes.

Aunque si recuerdo el otro que fue totalmente diferente, por eso me acuerdo, claro.

Subió, se sentó a mi lado y conversamos por horas, y en ningún momento hablamos del tema de ¿Por qué te fuiste. Dónde vas. Qué haces aquí?

Al final, en la despedida que fue sentida y con abrazo me miró a los ojos y dijo algo así como:

  • «Yo te aprecio por lo que siempre fuiste y la verdad no me interesa lo que se diga de ti, de quién fuiste o eres ahora…»

Y se fue conmovido.

¿Me conmovió? No lo sé, pasé la página y ahora no recuerdo qué dejó dentro de mí esa emoción suya. Pero me acuerdo de todo lo demás, eso sí.

El tren, el tren, el tren

Eso es todo lo que realmente me interesa, estar en este tren que va de acá para allá siempre, que puede dejar de ir…No importa, siempre habrá otro tren, hay muchos acá y allá.

En realidad, e tren me lleva exactamente a donde yo quiero ir, simplemente tengo que ver el itinerario y conocer el nombre de la próxima estación: justamente ahí quiero ir.

No pretendo alejarme de nada ni esconderme de nada.

Creo que soy afortunado porque conozco el sonido del tren, su canción, su melodía y las puedo cantar con él, a veces incluso a todo pulmón: el tren, el tren, el tren.

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Robo de Otoño

Ahora que me han robado el otoño me ha tocado inventarlo con este sol inclemente y este calor.

Este calor de playa y mar tropical sin otoño, sin primavera, sin invierno.

Inventarlo y sostenerlo al menos por unos minutos, más tiempo es difícil.

Pero insisto y busco con que fijarlo, olores, colores, sabores.

He tenido que anticiparme al robo que ya sé con seguridad que ocurrirá, es un futuro cierto sin ninguna sorpresa, todo seguirá igual, pero el robo es inminente, será la novedad, la sorpresa oscura y absolutamente cierta.

Ya sé que no es mío el otoño, era prestado, ya lo había perdido antes y jamás, jamás pensé que volvería sin esperarme.

Ya sé que él siempre ha regresado con sus vientos y sus colores y los montones de hojas, y me prometí que nunca más lo perdería…

Pero no cumplí, lo perdí, y es irremediable porque este otoño precisamente este, ya está yéndose sin mirar atrás, sin despedirse de mi, me deja deshecha, o no en realidad me deja hecha jirones, con lágrimas y una huella indeleble de vacío…

Manos mal que dejó su estela de ocres, marrones, amarillos, dorados, olores, vientos, bufandas, gorros y botas y quizás para su próxima entrega yo esté ahí, esperándolo, perdonándolo sinceramente porque mi amor por él es de los buenos.

Me robaron el otoño.

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Volando con Mariposas. post cuarentena

No me veo muy alegre porque conozco la corta vida de las mariposas, pero igual logré elevarme con mi vestido largo y el moño que me hizo Xirtis, lo hizo virtual, como un tutorial, de lejos, algo así como que concentró sus manos en las mías y listo el moño.

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El hermoso vestido debía ser dorado porque lo usaría en el día nublado, casi lloviendo, de esta primavera tardía, el dorado destaca delante de las nubes, y parecería sol, o no, pero el azul parece luna, sirve igual…

Para que fuera dorado deberían haberlo hecho las arañas del centro, pero estaban ocupadas o escondidas por la pandemia, así que tuve que buscar arañas nuevas monocromáticas porque las multicolor estaban molestas por los colores de las mariposas y no entiendo bien porque, ellas ni siquiera hablan el mismo idioma, las arañas susurran todo el tiempo y las mariposas son tan despistadas que olvidan hablar. O quizás no lo olvidan sino que por volar no hablan, y ¿para qué hablarían? Con solo volar ya cuentan historias y si no díganmelo a mí, pasé dos horas volando con ellas, dos largas horas porque íbamos muy despacio y ellas querían hacer ver que no les costaba llevarme, así como si yo fuera etérea, insustancial, hasta volátil.

Y hacia tanto que no salía, tanto, que poder vestirme regia con moño y perfume de violetas ha sido muy divertido y claro poder volar con mariposas es como una gran cucharada de helado de chocolate, del oscuro, sin cerezas.

Era de madrugada así que casi nadie me vio, lástima, quizás hasta me hubieran aplaudido, o los niños con sus cometas se habrían quedado enganchados y nos habríamos, pero había que aprovechar las corrientes del norte ahora que he aprendido a manejar la brújula de mi teléfono, porque en estos días metida en la crisálida de mi mente he dedicado tiempo a aprender cosas útiles en caso de naufragio, tipo: La Brújula uso y manejo de Latitudes y Longitudes», o el manejo de espejos reflejantes de pantallas reflejantes (esto fue difícil de entender) aún no se para que servirá, pero estaba en el pensum de Historias de las Monarquías y quería el diplomado para colgarlo en la pared azul del estudio de Samuel, se verá bien, es un diploma bonito, recargado con oropeles y filigranas doradas, sellos y firmas, muy de acuerdo a las monarquías y más de acuerdo aun con sus historias, además de que fue un diplomado diverso y anverso con algunos giros inesperados, giros que reclamé a los directores del diplomado porque algunos profesores se salían de contexto con excusas muy banales del tipo: “es que hoy no comí brócoli”, o “mi hija pequeña vomitó”  y no es que yo no sea compasiva o que no entienda los problemas digestivos de los profes, yo comprendo, pero que  cambien el temario abruptamente es desagradable, aunque, la verdad también tenía su gracia la cosa porque esto de las mariposas lo saqué de uno de esos giros cuando el profe de “Coronas falsas y Cetros” Monarquía 101 se puso a contar la historia del vuelo con mariposas infortunado para una extraña reina normanda que se llamaba Furliria  y que intentó este vuelo con cetro y corona y… y se cayó y parece que desde entonces ya no fue la misma.

La imagen me la envió un señor que no conozco, y que según entendí al leer su correo, es fotógrafo ambulante, pensaba yo que todos eran ambulantes pero parece que no, este me explicó que los ambulantes no son como los que andan con el teléfono todo el tiempo sacando fotos, el deambula, literalmente escribió: “soy diferente, yo deambulo pero no para sacar fotos sino más bien para encontrarme con ellas, con las fotos” entre otras explicaciones y excusas por el robo de imagen y cosas asi…

En fin le di las gracias y sigo pensando ¿como supo mi correo…?

Y no hay mucho mas que contar, obvio que bajé en cierto punto y hora, regresé a la crisálida convencida de que el dorado del vestido habría lucido más y que debo revisar mis conocimientos sobre la brújula porque creo que de día, quizás también pueda medir el Norte y salir con alguna buena corriente de aire y sol para que las mariposas realmente se luzcan y las cometas se enganchen en mi moño, los niños se rían y las personas aplaudan sorprendidas y alegres, porque ver algo así, no es cualquier cosa, y espero que en eso estemos de acuerdo todos. Gracias por leerme.

PD Si salimos de día creo que las arañas estarán de acuerdo en que el vestido debe ser azul oscuro, al menos las del centro. veremos…

Por si les interesa su correo es: volcanicus.imaginus@gmail.com

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LA SORPRESA DE LA SOLEDAD DE LOS MOMENTOS PARALIZADOS

LA SORPRESA DE LA SOLEDAD DE LOS MOMENTOS PARALIZADOS

 

 

Y de pronto de adentro, del fondo salen todos los momentos paralizados, tapados, no vividos, entregados, comprometidos, todos estaban ahí, como si realmente fueran míos para vivirlos, aunque yo misma lo impidiera.
Destemplados se presentan porque ahora hay tiempo y espacio.
Cuántos años guardando y arrinconando.
De pronto descubro que solo tengo lo poco que necesito para mi.
No hay más.
Y descubro que el vacío no solo viene de la profunda meditación, no, también viene cuando cruzas el límite entre la razón y la locura y te salvas.
Gracias a las manos que me abrazan y me cuidan, y a los corazones que no entienden pero atienden.

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Abro los ojos y todo sigue ahí. Reflexión zen…

VIERNES 21 DE JUNIO SOLSTICIO DE VERANO

PRIMER DIA DE RUTINA, CON PUENTE Y COACH

 

Abro los ojos y todo sigue ahí.

Quieto, nada se ha movido.

Quizás el tiempo sí, pero no hay ningún reloj.

Menos mal.

 

Los vuelvo a cerrar, solo está, nuevamente el silencio, y eso no me gusta.

El silencio solamente habla del miedo.

Los muertos son endemoniadamente silenciosos.

Terriblemente silenciosos.

En el silencio de la noche bien entrada en la madrugada, el silencio es sospechoso de prepara emboscadas en cualquier momento.

Si no ¿porqué cualquier ruido, por suave y sedoso que sea, nos pone los pelos de punta?

El silencio es cómplice de cuanta cosa horrible y amoral existe en este mundo.

En silencio se piensan y traman los crímenes más asquerosos de los quese leen en la prensa.

¡Silencio¡ Es lo primero que te dice el ladrón, el secuestrador.

¡Silencio¡

Y jamás he podido vivir en silencio.

No podría.

Mi mente no para.

Mi lengua busca la palabra, cualquiera y habla.

A veces habla sin mí. Desprendida de mi se larga y discursea.

Y lo hace bien. No aburre.

En realidad, soy inteligente.

Sin embargo se me pide silencio.

Silencio para encontrar la esencia de la vida.

El porqué.

El equilibrio parece que solamente está en guardar silencio.

Así que vivo montada al borde de un largo, inmenso puente colgante, casi infinito, en el que ni siquiera sé, si hay abajo.

Sé que arriba, hay. Hay estrellas, ellas muestran el silencio. Lo puedo ver. Igual que la luna.

Por eso de noche debo salir y buscar espacios enormes como este puente.

Solo aquí puedo ver al silencio y tratar de entenderlo.

Quizás, solo quizás, si lo veo, así, con este sentido de la vista, lo convierto en algo realmente físico, tangible, aprehensible.

 

Quizás entonces las clases de Zen y de meditación tengan algún sentido.

No hay silencio en esas clases.

Hay frufrú de la ropa.

Ahí están todos.

Eso no es silencio. No para mí. Estamos quietos y callados. Pero el corazón late.

Lo sé.

No hay duda.

La luna si es silencio.

Las estrellas si son silencio.

Aquí en el puente. Estoy en silencio.

Mi lengua que parece que ni está. Mi boca está cerrada, perpleja por su ausencia.

Aquí subida no sé si hay abajo.

Pero estoy segura de que durante el tiempo que tarde en llegar abajo, habrá solo silencio lleno de terror, pánico total lleno de silencio.

Silencio para regresar al centro, al equilibrio perfecto. Zen, yin y yan.

El nirvana.

El silencio de los muertos, pero vivo, sintiendo de verdad.

Solamente falta soltarse.

Cierro los ojos, ahí está mi silencio.

Quieto. Nada se mueve.

Quizás el tiempo sí, pero no hay reloj.

Menos mal.

Me suelto.

 

 

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Estado de Coma

Al fin después de un largo coma abro los ojos y descubro mentiras, la mayoría me las he dicho a mí misma, me las he creído y luego las he repetido a los demás.
Un largo, larguísimo río de mentiras y acciones hipócritas que se fueron sumando a otras sinceras y honestas acciones y frases.
Una mezcla extraña de ambos extremos.
¿No es así la vida de todos?
¿No es así tu vida también?
No puedo dejar de levantar la mano, culpable, pecadora, deleznable. Pero estaba en esta especie de coma al que no sé cómo llegué.
Claro que sí sé que no fue accidente ni trauma.
Tampoco fue alguien que me empujó a este estado, no, ni siquiera la vida.
Porque cuando reviso y rebobino, veo clarísimo que en realidad había que sobrevivir y parece que única forma que encontré fue vivir en ese estado.
Y desde ese punto de vista puedo ser declarada inocente.
Todo empieza cuando uno es tan pequeño, tanto, que es impensable que alguien nos cargue de tal manera el alma que terminemos por tratar de salir del ahogo y la confusión a través de una trama intrincada y delicada de falsedades y certezas.
Y vas creciendo físicamente, pero internamente no creces, para nada, te quedas atascado en esa maraña que has creado, que te impide ver tan siquiera la luz del sol cuando estás en la playa, o la frescura del rio cuando te llevan de paseo.
Pasas de un pensamiento a otro, saltas de una idea a otra pero siempre tienen que ver con escapar y salir indemne.
¿Escapar? ¿de qué?
Ni siquiera sabes.
Solo vas viendo a esos pensamientos que te llevan a brazos amorosos de príncipes rubios y fuertes, altos y románticos. Príncipes en motos rápidas que apenas te vean, flaca, cané y descangallada, igual se enamoren de ti y de un solo vistazo, sin ninguna duda te rescaten.
¿Rescate?
No, solo que te lleven, que me lleven y hagan de mi vida una cosa real y luminosa, hagan algo bueno con ella. Bueno, o perfecto, o como en las películas.
En realidad ¿qué se yo de una buena vida?
No hay referencia. Hay revistas, libros de amores difíciles o fáciles, pero no explican bien lo de vivir una vida buena.
Hasta quizás, pensaba yo, la vida confundida y enmarañada, es la vida buena.
Si a ver vamos, los pobres niños de Zambia o de Los Andes sí que lo tienen difícil.
Yo solamente tengo marañas, pero como y duermo caliente y tengo familia y estudio, o al menos tengo libros y clases. Aunque soy allí tan extraña como en mi casa.
Pero eso, es otra historia.
Y ahora, cuando despierto o salgo de ese estado, no hay lucidez, no aún, pero se que la va ha haber. Es imposible que sea de otra forma.
Tanta confusión, tanto creer en mis propias historias y las de los demás, ha dejado secuelas, un profundo cansancio y también desconfianza.
No confío en mi, tampoco en nadie.
Solo en mi príncipe, sin moto, pero rubio y severo, amoroso y honrado.
Que el corte, deshaga y ordene esta vida mía.

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