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LOS SAPOS

                                   

un nuevo nocturno Claudia Chacón

        Aparecieron calle abajo al salir las primeras estrellas, el pueblo entero estaba acostado, un vecino jura que oyó él murmullo y pensó que era alguna muerte cercana, los rezos de los dolientes, repetidos, lentos…

        Otro dijo que parecía él fin del mundo, como si a los ancianos les hubiera dado por confesarse, de golpe, a todos.

        Calle abajo, lentamente, salto aquí, salto allá, croa-croa, huepe-huepe, en larga y ancha procesión, sapos y ranas calle abajo, ordenados y mirando al frente, muy seguros, muy decididos.

        Y llegaron a la plaza y se quedaron ante la puerta de la iglesia, inquietos y croando suave, croa-croa huepe-huepe. Eran muchos sapos, muchas ranas.

        Todo el suelo de la plaza verde y marrón.

        Todas las ventanas abiertas en rendijas, y los ojos ocultos, curiosos.

        Al fin, el cura despierta y se asoma por la ventana chiquita de la puerta principal, no ve nada, pero oye todo él eco…

“Algún lio, alguna disputa, no los veo, pero parece que son muchos, pero no sé qué dicen. ¡Cállense!  ¡Que el cura es el que los levanta con la campana cuando ustedes aún duermen! Más respeto, murmura molesto el cura.

Que váyanse lejos con sus murmullos y sus discusiones de política, que soy viejo, y despierto a las campanas yo solo. ¡Caramba!”

        Y los croas y los huepes, más fuertes, continúan, suaves, sostenidos.

        “Bueno, abriré y los voy a poner de rodillas por hacerme esto y ¡Ay del que se niegue!  Lo mando a hacer unos cuantos vía crucis, de rodillas…  vaya que hace frio por aquí abajo hoy… los tengo que componer a estos y tienen que respetar, que se creen ¿que aquí no hay autoridad?, aquí lo que hay es locos, viejos, viejas y yo”

        Puerta de madera vieja, rechinando ella y callando los batracios, todos muy quietos ahora, muy quietos, casi parecen congelados, los ojos redondos, fijos en la puerta que se abre, la puerta pequeña, la de la semana, la otra, la grande es de los domingos y fiestas de guardar.

        Aún es noche, sin luna más noche todavía, así que solo se ven los brillos de los ojos, brillos de lunas pequeñas, de muchos planetas pequeños alrededor de la plaza…

        “Santo Dios bendito, Virgen del Perpetuo Socorro cuanto bicho” y se santigua el cura “¿quién los manda? Sapo y rana no producen nada, no se cosechan ni se ordeñan, sacan verrugas, pero ¿quién los cría para eso?

Y me los manda a mí, yo no tengo verrugas, y míralos, todos esos cristianos escondidos detrás de las cortinas, despiertos y escondidos, que el cura resuelva, ¿por qué se esconden? Tienen miedo, ¿miedo a qué?  ¡Virgen Santa, Se meten en la Iglesia!

        Y corre el cura al altar y allí ve al sacristán, casi en pijama, con los ojos tan abiertos como los sapos y las ranas, con la boca abierta, ahora mira a los bichos, ahora ve correr al cura, se va el cura, piensa, se asustó, no, viene al altar…

        “No dejaré que lleguen al altar que eso es muy sagrado, no los dejaré subir, ahí sí que no. Esto es obra del diablo”

Atrás les grita, pero no escuchan, los sapos y las ranas están por todo el suelo, bajo reclinatorios, y pasillos, ordenados, perfectos, quietos, expectantes.

Ni uno cruza esa línea invisible entre lo sagrado y lo humano de las iglesias.

        El cura ha llegado al altar, va en bata, pide sotana y casulla y el sacristán no se lo cree, pero no habla, corre busca y ayuda al cura. Él se viste y prepara todo, el cura mira a los bichos para que no se vayan a mover.

-Lento sacristán, muy lento como siempre.

-Es que estaba dormido… es que estos sapos no me gustan…

es que no sé porque se pone la casulla, eso no los asusta.

-Pues bien dormido, tuve yo que abrir la puerta de tanto ruido, que pensé en borrachos y mira tú…

Y comienzan los sapos, muy bajo, casi murmuran, casi parece una súplica, croa-croa, huepe-huepe,

        -Misa de difuntos sacristán.

-Padre ¿de difuntos, y eso por qué?

-Seguro que esto es alguna ánima en pena que se ahogó en el pantano, o en la quebrada y anda mandando mensajeros para que la saquen de este mundo. Así que misa de difuntos y en latín para que sea más efectiva.

-Misa para sapos padre, eso puede ser pecado

-Y a ti que te importa, si es pecado, pecan los bichos, igual hago la misa, que ellos son creaturas de Dios ¿no?

-Sí, eso sí, mejor decir misa de sapos padre, misa de locos. A mí esto me parece de locos. Una locura.

-A ti te parece que te callas, que tú eres más bombero que sacristán, termina de vestirme mientras vigilo que ninguno se acerque. Por San Casimiro, San Bartolomé, San Bastián…

-San Francisco amigo de los bichos ¿no?

        -Sí, ese, San Francisco que nos asista. Abre los libros, comencemos.

        Y empieza la misa, y el silencio de tanta vida llega hasta el oído de todos.

        -Padre –susurra el sacristán- que los bichos están contestando, o ¿estoy alucinando?

        -Estás loco, cállate.

        Las viejas se asoman por la puerta.

        -Tú no mires, solo de reojo y solo por si los bichos vienen. Haz como si fuera lunes, y tú y yo solos con los santos y alguien que se habrá muerto sin auxilio; así que, por el amor de dios, sigamos adelante o el muerto voy a ser yo.

        Los sapos y las ranas abren y cierran los ojos según cada sagrado momento, bajan o suben sus cabecitas según cada momento de recogimiento.

        Y reza el cura y contesta el sacristán y los sapos croa-croa, huepe-huepe muy, muy bajo.

        Canta un murmullo lento el cura y el sacristán de rodillas vigila.

        Y ahora llega el momento de la homilía, hay que subir al púlpito, se santigua el cura:

        -San Francisco, San Bartolomé y Santa Bárbara me acompañen.

        Mira a los animalitos y dice:

-Hijos míos, no, creaturas de Dios… ¿Qué será lo que han venido a buscar? Yo no he visto congregación más atenta y más quieta, todos me miran, ¿será comprenden señor?

Que no vienen por el diablo, a lo mejor ni por dios, a lo mejor es una prueba, pero igual les va sermón de madrugadas y de otros años cuando era joven y se me llenaba el alma de rezos y de creerlo todo.

Santa Rita, patrona de los imposibles me acompañe.

        Mira hacia el techo, cierra devotamente los ojos, se santigua lentamente, profundamente, une sus manos.

-Los bendigo primero (por si acaso algo malo)

-Esto es como estar ante personas que hablan otro idioma, que nada entienden de lo que yo les vaya a decir ni de rezos o iglesias (o ¿sí?), pero tienen cara de saberlo todo. Como niños con cara de que se saben todos los misterios…

Recuerda entonces el cura cosas viejas, cosas nuevas, mueve la cabeza, mira hacia abajo, murmura y decide bajar del púlpito.

-Sacristán ayúdeme a sacarme la casulla, el hábito que todo esto me molesta para sentarme en el escalón de allá bajo, cerca de los bichos, los sapos y las ranas.

-Y ¿se va a sentar en el suelo?

-Me verán mejor y yo a ellos.

        Murmura el sacristán:

-Que aquí lo único que van a entender son las viejas que le van a escribir al obispo, y los dos nos iremos juntos a un pueblo de esos llenos de agua con mosquitos zancudos y todos los sapos estos se irán con nosotros…

-Deje el murmure y vigile. Que me manden donde sea, pero aquí pasa algo que no entiendo y que no voy a entender y no me importa, hoy hago esto porque quiero. Aquí dejo por un rato al cura y soy hombre con bichos o sapos y ranas.

-Pues ¿qué hay que saber?, sapo es sapo y aquí estarán calientes…

-A callar.

-No me callo …y en el invierno cantan, y con la bulla que hacen yo duermo porque es monótona y tranquila, si cantan el agua no sube y no se desborda, el rio está tranquilo… y tienen miles de renacuajos que los niños recogen en latas, que tocan el agua y luego les da disentería padre, por meterse en el barrial…

Y se escucha muy bajito: (Croa-croa, huepe-huepe, se mueven, se acomodan)

-¡Chitón pues hombre! – ya el cura está molesto. -Cállese pues que no me aclaro.

(Y los sapos miran a uno y a otro)

Y el sacristán se arrebuja molesto en un rincón en la penumbra y escucha quieto, atento, vigilante.

-Bueno creaturas de dios,  nunca ni había pensado en sapos, ni en ranas, no pienso en bichos, solo cuando molestan. Pero en serio que debe ser que ustedes no molestan…

-…comen mosquitos zancudos son eco…

-Chitón pues…  y tampoco nunca pensé en tantos bichos juntos, quietos, atentos, casi hasta que diría devotos, respetuosos, una feligresía perfecta, un público perfecto como la obra de Dios, como la esencia de cada ser humano.

Como niños, ustedes son como niños a los que se les ha prometido algo bueno y especial si se portan bien en la iglesia, en la misa, al menos un rato, y ahí están quietos y esperando que pase todo y recibir su premio. Y no tengo nada especial, nada que darles.

Abre sus manos enseñándoles que nada tiene, pero los bichos solo le miran a él, y él a ellos, trata de mirarlos a todos, ellos con ojos saltones, él con ojos tristes.

        -Yo soy un cura de pueblo, cura de pueblo pequeño, cura pequeño pero cura al fin y puesto aquí para lo que Dios mande (Dios con mayúscula) Dios, y Dios los debe haber mandado. ¿Será que ustedes me dicen y yo no entiendo?

        Suena algún huepe algún croa. Pocos.

-¿Será que ustedes, en su quietud, en su aparente devoción, me lo están diciendo?

-Y yo solo sé de ahora, de ya mismo que no entiendo del más allá, del infinito, de lo eterno, que suena bien pero no sé de eso, nada. Hasta se me han olvidado los misterios de tanto repetirlos una y otra y otra y escuchar el eco de los que tampoco saben pero repiten, o ¿alguien sabe? También perdí la costumbre de creer, solo fe en lo que veo y en lo que toco y poco más. Cierro los ojos Dios, los cierro, luz del padre, luz del espíritu santo, luz de tantos y tantos misterios que cada día suceden, misterios y milagros. Luz de Dios.

-En algún charco de este pueblo se me perdió todol, y ustedes lo encontraron y me lo vienen a traer, o solo a contar que lo vieron. Pero  ahora no los entiendo, y lo que hayan venido a decir no lo entenderé, quizás si se quedaran lo suficiente… si yo volviera a escuchar, a creer.

        -Tiempo, oír, ver, ¿Ven?  ¿Lo ven? Los sentidos me atan, necesito de tiempos y de mejores sentidos, otros distintos tal vez, otros que tuve y perdí. Y ustedes volverán a los charcos sin que yo haya entendido.

        Sacude sus ideas, se despeja de las telarañas que obstinadas siguen ahí tal cual…

        -Creaturas de Dios, obras de él, unidad formada por eslabones perfectamente unidos unos a otros y a otros y a otros, como esas infinitas estrellas colgadas allá arriba Dios sabe con qué fin, pero allá están unidas al cielo cubriéndonos, dando cobijo a sus charcos, a la lluvia que los nutre y ustedes cumpliendo, procreando, cantando, alabando, y los niños con sus latas, y yo viendo pasar y pasando… Y es que me quedé.

-Antes miraba caer hojas y las amontonaba una sobre otra asombrado de tanta perfección y hacía montones y los clasificaba, primero por color, luego por los rotos o porque eran parecidas, eran perfectas; ahora amontono años y sueño, cansancio y ecos, repeticiones y murmullos, años viejos imperfectos, nada de asombro. Pero aquí están ustedes, y podría comenzar a clasificarlos, mira esas ranas blanquísimas…

        -Ranas plataneras padre – animado habla el sacristán que el de eso sabe – se pegan a las hojas bien lejos del sol, escondidas en rendijas verdes para no quemarse. Y seguir blancas.

        -Plataneras entonces. Y aquellas bien verdes, igual al verde de San Como, y las marrones parecen barro…

        -Se camuflan…son buenas para las verrugas…

        Y se mueven más las ranas, los sapos, reconocidos, parece que los ojos brillan más, están más redondos, más relajados los montones de aquí y de allá, algún croa-croa persiste bajito, algunos huepes. Algunas cierran los ojos. Bajan las cabezas.

        -Me cansé sacristán. Aunque me quede aquí y me congele no entenderé. Pero no importa. Terminemos bien esto, lo que sea que es.

        Y el cura se viste de nuevo. Vuelve al altar lentamente,

-Ayúdame sacristán que quiero terminar esta misa, deja que los bendiga y ya, volvemos a la cama, no importa la hora ni las viejas, hoy el cura se cansó. Y todos a dormir de nuevo o no…

        Y reza el cura, alto, llama a Dios, fuerte, sube el cáliz, sube la hostia y todos los sapos y ranas bajan la cabeza, el cura los ve, cierra los ojos y mantiene unos segundos más las manos en lo alto, y reza.

Bendice todos los bultitos, verdes, marrones blancos, concentrado en que ningún bicho quede sin ella. Bendice con sonrisa.

        El sacristán se horroriza y se santigua, las viejas se van calle abajo entre murmullos y cruces en el pecho.

        Y termina la misa, el cura tapa y recoge, el sacristán lo ayuda y vigila, el cura solo está en lo que está.

        El sacristán, espera que el padre se mueva a la sacristía, pero no lo hace, así que le dice muy bajo que él se va. El padre mueve una mano, lo despide y sigue con sus manos recogidas, sonriendo y esperando.

        El padre comienza a bajar las escaleras y los sapos y las ranas, salto aquí, salto allá van saliendo de la iglesia.

        -Cura chico mi Dios, muy chico.

Y va cerrando la puerta, y los bichos saltando huepe-huepe, croa-croa; calle arriba van perdiéndose de vista, y las rendijas los despiden.

FIN

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