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El Alma Confinada

atodocreyon2.blogspot.com
silenciada Obra a creyón de Claudia Chacón

Y entonces creo que se me fue el alma…

Y entre un día y otro fui perdiendo el alma. Bueno no, eso es exagerado porque ¿Cómo puedo saber que el alma se ha perdido si no se si tengo alma, o si alguien tiene alma.

El alma es algo que se puede perder según he leído, o escuchado.

Podríamos decir algo así como: “…y entonces Rodulfo perdió su alma” 

Pero a mí se me perdió en serio y creo que fue una de estas mañanas entre el confinamiento y las malas noticias, como si el confinamiento abriera espacios y en esos espacios se me perdiera un pedazo de apellido y muchos espacios de alegría y la mala noticia aprovecha y entra, claro que yo le abro un poco las cicatrices que tengo desde que empezó el caos, un rato de twitter, otro rato del grupo de wasap de Crecimiento Personal y listo la mala onda entra y se instala.

Pero ya pasaba antes de todo esto, sin tantas cicatrices, ahora hay más, o yo tengo más, o las mismas están abiertas, no lo sé.

Hasta quizás porque se abrieron, el alma se me fue por ahí.

No se explicar porque lo sé, y no voy a pensar mucho en eso.

Es algo que sabes. Lo sabes y ya. Es como una sensación de no llenura, no es de vacío, no, es de que hay una llenura que ya no tienes, pero no ha quedado espacio. Es complicado ¿no?

Creo que si es el alma la que se presenta ante dios, o va al cielo, o se queda por ahí vagando cuando uno se muere, pues cuando llegue el momento ella aparecerá, o no…

No tener alma me da cierta paz. Una cosa menos para ocuparse.

Aunque la verdad poco me ocupaba de ella. ¿Será por eso que se fue?

Pero ¿Cómo se ocupa uno del alma? Cuando era pequeña era sencillo, te portabas bien tenías el alma blanca y pura como las sabanas de la propaganda, impecables al sol, luego hacías cualquier maldad, una mentira, un robo, una mala palabra y se manchaba un poco el alma, “la mancha”, ahí estaba hasta que se iba a punta de arrepentimiento penitencia o se te olvidaba…

Pero después creces y es que no te ocupas de ella porque tienes tanto que hacer, hasta que llegó El Confinamiento y te sobra el tiempo…

Por eso dudo de que se haya ido porque quizás nunca estuvo, son las ideas de tanto cambio, tantas cicatrices que se abren, tantas nuevas malas y buenas ideas que han aparecido en estos raros días…

Ma. Dolores Solé

Noviembre 2020

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LOS SAPOS

                                   

un nuevo nocturno Claudia Chacón

        Aparecieron calle abajo al salir las primeras estrellas, el pueblo entero estaba acostado, un vecino jura que oyó él murmullo y pensó que era alguna muerte cercana, los rezos de los dolientes, repetidos, lentos…

        Otro dijo que parecía él fin del mundo, como si a los ancianos les hubiera dado por confesarse, de golpe, a todos.

        Calle abajo, lentamente, salto aquí, salto allá, croa-croa, huepe-huepe, en larga y ancha procesión, sapos y ranas calle abajo, ordenados y mirando al frente, muy seguros, muy decididos.

        Y llegaron a la plaza y se quedaron ante la puerta de la iglesia, inquietos y croando suave, croa-croa huepe-huepe. Eran muchos sapos, muchas ranas.

        Todo el suelo de la plaza verde y marrón.

        Todas las ventanas abiertas en rendijas, y los ojos ocultos, curiosos.

        Al fin, el cura despierta y se asoma por la ventana chiquita de la puerta principal, no ve nada, pero oye todo él eco…

“Algún lio, alguna disputa, no los veo, pero parece que son muchos, pero no sé qué dicen. ¡Cállense!  ¡Que el cura es el que los levanta con la campana cuando ustedes aún duermen! Más respeto, murmura molesto el cura.

Que váyanse lejos con sus murmullos y sus discusiones de política, que soy viejo, y despierto a las campanas yo solo. ¡Caramba!”

        Y los croas y los huepes, más fuertes, continúan, suaves, sostenidos.

        “Bueno, abriré y los voy a poner de rodillas por hacerme esto y ¡Ay del que se niegue!  Lo mando a hacer unos cuantos vía crucis, de rodillas…  vaya que hace frio por aquí abajo hoy… los tengo que componer a estos y tienen que respetar, que se creen ¿que aquí no hay autoridad?, aquí lo que hay es locos, viejos, viejas y yo”

        Puerta de madera vieja, rechinando ella y callando los batracios, todos muy quietos ahora, muy quietos, casi parecen congelados, los ojos redondos, fijos en la puerta que se abre, la puerta pequeña, la de la semana, la otra, la grande es de los domingos y fiestas de guardar.

        Aún es noche, sin luna más noche todavía, así que solo se ven los brillos de los ojos, brillos de lunas pequeñas, de muchos planetas pequeños alrededor de la plaza…

        “Santo Dios bendito, Virgen del Perpetuo Socorro cuanto bicho” y se santigua el cura “¿quién los manda? Sapo y rana no producen nada, no se cosechan ni se ordeñan, sacan verrugas, pero ¿quién los cría para eso?

Y me los manda a mí, yo no tengo verrugas, y míralos, todos esos cristianos escondidos detrás de las cortinas, despiertos y escondidos, que el cura resuelva, ¿por qué se esconden? Tienen miedo, ¿miedo a qué?  ¡Virgen Santa, Se meten en la Iglesia!

        Y corre el cura al altar y allí ve al sacristán, casi en pijama, con los ojos tan abiertos como los sapos y las ranas, con la boca abierta, ahora mira a los bichos, ahora ve correr al cura, se va el cura, piensa, se asustó, no, viene al altar…

        “No dejaré que lleguen al altar que eso es muy sagrado, no los dejaré subir, ahí sí que no. Esto es obra del diablo”

Atrás les grita, pero no escuchan, los sapos y las ranas están por todo el suelo, bajo reclinatorios, y pasillos, ordenados, perfectos, quietos, expectantes.

Ni uno cruza esa línea invisible entre lo sagrado y lo humano de las iglesias.

        El cura ha llegado al altar, va en bata, pide sotana y casulla y el sacristán no se lo cree, pero no habla, corre busca y ayuda al cura. Él se viste y prepara todo, el cura mira a los bichos para que no se vayan a mover.

-Lento sacristán, muy lento como siempre.

-Es que estaba dormido… es que estos sapos no me gustan…

es que no sé porque se pone la casulla, eso no los asusta.

-Pues bien dormido, tuve yo que abrir la puerta de tanto ruido, que pensé en borrachos y mira tú…

Y comienzan los sapos, muy bajo, casi murmuran, casi parece una súplica, croa-croa, huepe-huepe,

        -Misa de difuntos sacristán.

-Padre ¿de difuntos, y eso por qué?

-Seguro que esto es alguna ánima en pena que se ahogó en el pantano, o en la quebrada y anda mandando mensajeros para que la saquen de este mundo. Así que misa de difuntos y en latín para que sea más efectiva.

-Misa para sapos padre, eso puede ser pecado

-Y a ti que te importa, si es pecado, pecan los bichos, igual hago la misa, que ellos son creaturas de Dios ¿no?

-Sí, eso sí, mejor decir misa de sapos padre, misa de locos. A mí esto me parece de locos. Una locura.

-A ti te parece que te callas, que tú eres más bombero que sacristán, termina de vestirme mientras vigilo que ninguno se acerque. Por San Casimiro, San Bartolomé, San Bastián…

-San Francisco amigo de los bichos ¿no?

        -Sí, ese, San Francisco que nos asista. Abre los libros, comencemos.

        Y empieza la misa, y el silencio de tanta vida llega hasta el oído de todos.

        -Padre –susurra el sacristán- que los bichos están contestando, o ¿estoy alucinando?

        -Estás loco, cállate.

        Las viejas se asoman por la puerta.

        -Tú no mires, solo de reojo y solo por si los bichos vienen. Haz como si fuera lunes, y tú y yo solos con los santos y alguien que se habrá muerto sin auxilio; así que, por el amor de dios, sigamos adelante o el muerto voy a ser yo.

        Los sapos y las ranas abren y cierran los ojos según cada sagrado momento, bajan o suben sus cabecitas según cada momento de recogimiento.

        Y reza el cura y contesta el sacristán y los sapos croa-croa, huepe-huepe muy, muy bajo.

        Canta un murmullo lento el cura y el sacristán de rodillas vigila.

        Y ahora llega el momento de la homilía, hay que subir al púlpito, se santigua el cura:

        -San Francisco, San Bartolomé y Santa Bárbara me acompañen.

        Mira a los animalitos y dice:

-Hijos míos, no, creaturas de Dios… ¿Qué será lo que han venido a buscar? Yo no he visto congregación más atenta y más quieta, todos me miran, ¿será comprenden señor?

Que no vienen por el diablo, a lo mejor ni por dios, a lo mejor es una prueba, pero igual les va sermón de madrugadas y de otros años cuando era joven y se me llenaba el alma de rezos y de creerlo todo.

Santa Rita, patrona de los imposibles me acompañe.

        Mira hacia el techo, cierra devotamente los ojos, se santigua lentamente, profundamente, une sus manos.

-Los bendigo primero (por si acaso algo malo)

-Esto es como estar ante personas que hablan otro idioma, que nada entienden de lo que yo les vaya a decir ni de rezos o iglesias (o ¿sí?), pero tienen cara de saberlo todo. Como niños con cara de que se saben todos los misterios…

Recuerda entonces el cura cosas viejas, cosas nuevas, mueve la cabeza, mira hacia abajo, murmura y decide bajar del púlpito.

-Sacristán ayúdeme a sacarme la casulla, el hábito que todo esto me molesta para sentarme en el escalón de allá bajo, cerca de los bichos, los sapos y las ranas.

-Y ¿se va a sentar en el suelo?

-Me verán mejor y yo a ellos.

        Murmura el sacristán:

-Que aquí lo único que van a entender son las viejas que le van a escribir al obispo, y los dos nos iremos juntos a un pueblo de esos llenos de agua con mosquitos zancudos y todos los sapos estos se irán con nosotros…

-Deje el murmure y vigile. Que me manden donde sea, pero aquí pasa algo que no entiendo y que no voy a entender y no me importa, hoy hago esto porque quiero. Aquí dejo por un rato al cura y soy hombre con bichos o sapos y ranas.

-Pues ¿qué hay que saber?, sapo es sapo y aquí estarán calientes…

-A callar.

-No me callo …y en el invierno cantan, y con la bulla que hacen yo duermo porque es monótona y tranquila, si cantan el agua no sube y no se desborda, el rio está tranquilo… y tienen miles de renacuajos que los niños recogen en latas, que tocan el agua y luego les da disentería padre, por meterse en el barrial…

Y se escucha muy bajito: (Croa-croa, huepe-huepe, se mueven, se acomodan)

-¡Chitón pues hombre! – ya el cura está molesto. -Cállese pues que no me aclaro.

(Y los sapos miran a uno y a otro)

Y el sacristán se arrebuja molesto en un rincón en la penumbra y escucha quieto, atento, vigilante.

-Bueno creaturas de dios,  nunca ni había pensado en sapos, ni en ranas, no pienso en bichos, solo cuando molestan. Pero en serio que debe ser que ustedes no molestan…

-…comen mosquitos zancudos son eco…

-Chitón pues…  y tampoco nunca pensé en tantos bichos juntos, quietos, atentos, casi hasta que diría devotos, respetuosos, una feligresía perfecta, un público perfecto como la obra de Dios, como la esencia de cada ser humano.

Como niños, ustedes son como niños a los que se les ha prometido algo bueno y especial si se portan bien en la iglesia, en la misa, al menos un rato, y ahí están quietos y esperando que pase todo y recibir su premio. Y no tengo nada especial, nada que darles.

Abre sus manos enseñándoles que nada tiene, pero los bichos solo le miran a él, y él a ellos, trata de mirarlos a todos, ellos con ojos saltones, él con ojos tristes.

        -Yo soy un cura de pueblo, cura de pueblo pequeño, cura pequeño pero cura al fin y puesto aquí para lo que Dios mande (Dios con mayúscula) Dios, y Dios los debe haber mandado. ¿Será que ustedes me dicen y yo no entiendo?

        Suena algún huepe algún croa. Pocos.

-¿Será que ustedes, en su quietud, en su aparente devoción, me lo están diciendo?

-Y yo solo sé de ahora, de ya mismo que no entiendo del más allá, del infinito, de lo eterno, que suena bien pero no sé de eso, nada. Hasta se me han olvidado los misterios de tanto repetirlos una y otra y otra y escuchar el eco de los que tampoco saben pero repiten, o ¿alguien sabe? También perdí la costumbre de creer, solo fe en lo que veo y en lo que toco y poco más. Cierro los ojos Dios, los cierro, luz del padre, luz del espíritu santo, luz de tantos y tantos misterios que cada día suceden, misterios y milagros. Luz de Dios.

-En algún charco de este pueblo se me perdió todol, y ustedes lo encontraron y me lo vienen a traer, o solo a contar que lo vieron. Pero  ahora no los entiendo, y lo que hayan venido a decir no lo entenderé, quizás si se quedaran lo suficiente… si yo volviera a escuchar, a creer.

        -Tiempo, oír, ver, ¿Ven?  ¿Lo ven? Los sentidos me atan, necesito de tiempos y de mejores sentidos, otros distintos tal vez, otros que tuve y perdí. Y ustedes volverán a los charcos sin que yo haya entendido.

        Sacude sus ideas, se despeja de las telarañas que obstinadas siguen ahí tal cual…

        -Creaturas de Dios, obras de él, unidad formada por eslabones perfectamente unidos unos a otros y a otros y a otros, como esas infinitas estrellas colgadas allá arriba Dios sabe con qué fin, pero allá están unidas al cielo cubriéndonos, dando cobijo a sus charcos, a la lluvia que los nutre y ustedes cumpliendo, procreando, cantando, alabando, y los niños con sus latas, y yo viendo pasar y pasando… Y es que me quedé.

-Antes miraba caer hojas y las amontonaba una sobre otra asombrado de tanta perfección y hacía montones y los clasificaba, primero por color, luego por los rotos o porque eran parecidas, eran perfectas; ahora amontono años y sueño, cansancio y ecos, repeticiones y murmullos, años viejos imperfectos, nada de asombro. Pero aquí están ustedes, y podría comenzar a clasificarlos, mira esas ranas blanquísimas…

        -Ranas plataneras padre – animado habla el sacristán que el de eso sabe – se pegan a las hojas bien lejos del sol, escondidas en rendijas verdes para no quemarse. Y seguir blancas.

        -Plataneras entonces. Y aquellas bien verdes, igual al verde de San Como, y las marrones parecen barro…

        -Se camuflan…son buenas para las verrugas…

        Y se mueven más las ranas, los sapos, reconocidos, parece que los ojos brillan más, están más redondos, más relajados los montones de aquí y de allá, algún croa-croa persiste bajito, algunos huepes. Algunas cierran los ojos. Bajan las cabezas.

        -Me cansé sacristán. Aunque me quede aquí y me congele no entenderé. Pero no importa. Terminemos bien esto, lo que sea que es.

        Y el cura se viste de nuevo. Vuelve al altar lentamente,

-Ayúdame sacristán que quiero terminar esta misa, deja que los bendiga y ya, volvemos a la cama, no importa la hora ni las viejas, hoy el cura se cansó. Y todos a dormir de nuevo o no…

        Y reza el cura, alto, llama a Dios, fuerte, sube el cáliz, sube la hostia y todos los sapos y ranas bajan la cabeza, el cura los ve, cierra los ojos y mantiene unos segundos más las manos en lo alto, y reza.

Bendice todos los bultitos, verdes, marrones blancos, concentrado en que ningún bicho quede sin ella. Bendice con sonrisa.

        El sacristán se horroriza y se santigua, las viejas se van calle abajo entre murmullos y cruces en el pecho.

        Y termina la misa, el cura tapa y recoge, el sacristán lo ayuda y vigila, el cura solo está en lo que está.

        El sacristán, espera que el padre se mueva a la sacristía, pero no lo hace, así que le dice muy bajo que él se va. El padre mueve una mano, lo despide y sigue con sus manos recogidas, sonriendo y esperando.

        El padre comienza a bajar las escaleras y los sapos y las ranas, salto aquí, salto allá van saliendo de la iglesia.

        -Cura chico mi Dios, muy chico.

Y va cerrando la puerta, y los bichos saltando huepe-huepe, croa-croa; calle arriba van perdiéndose de vista, y las rendijas los despiden.

FIN

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MENSAJE EN UNA BOTELLA

Querida, queridísima Tere:

Si este mensaje llegó a tus manos, ya sabes que cuando me fui, estaba vivo y en plenas capacidades, aunque tú lo dudes. Te dejé, me robé el velero de tu hermano y claro, ya sabes que vacié la cuenta para «el futuro»

Me fui solo, dudo que sea por mucho tiempo.

Deseo que se te pasen pronto las «emociones encontradas» nuevas que mi huida, te debe haber provocado.

Brindo por ti, chin, chin, querida Teresa.

Eso ponía en la carta que encontró Manuel en la playa, pero él no lo sabía.

Yo tampoco sabía mucho de la carta o de la botella en la que venía, pero como veo que tienes curiosidad por esta historia, pues me he puesto a preguntar por aquí y por allá, como un ejercicio de investigación.

Como no soy muy ordenada he ido escribiendo lo que me han ido contando.

A saber que es cierto y que no.

Tómalo con pinzas, porque ya se sabe, que cuando en los pueblos suceden estas cosas inusuales, rápidamente las lenguas y las mentes se lían en tejer palabras que adornen y detallen. Es como un concurso, algo así como:

A ver quién cuenta la historia de la manera más preciosa.
Al final lo que importa es pasárselo bien.
O, como en tu caso, saciar la curiosidad.

Autor: Claudia Chacón
mensaje en una botella de Claudia Chacon en atodocreyonblogspot2.com

Tere. Estoy recolectando verdades y chismes, pero puedo adelantarte que cuando le dieron la botella, que estaba bastante estropeada, aun se leía su nombre y apellido. El que se la entregó, emocionado, claro, por todo lo que significa haberse tropezado con una botella del Moët, lacrada, imagínate, ¡lacrada¡ y con una etiqueta desvaída, en la que aún se podía leer:

Para Teresita Aizpurúa Méndez, mi amada esposa.

Su dirección…

Quien encontró la botella, un muchacho, sintió que aquello tenía todos los síntomas de romance, libro, películas, canciones, todo.

Tuvo casi, casi, la tentación de limpiarla, buen no, más bien frotarla, ya sabes, el genio, los tres deseos.

Pero decidió que prefería entregarla en persona a la tal Teresita, que aquello tenía que ser una verdadera historia de esas que no le pasan a todo el mundo.

Hasta evitó comentarlo. Era un secreto entre el escritor de aquel papelito que se veía adentro y él, pero claro cuando regresó de la playa ya estaba todo el mundo despierto y él iba por ahí con una botella roñosa de champaña, y había que preguntarle que para qué la quería, y al final, todos supieron de la botella.

Solamente una persona recordaba a una tal Tere que había pasado unas vacaciones en la villa, una joven seria y pálida que paseaba y leía libros, y que a veces andaba con un muchacho rubio que era todo sonrisas y que le caía bien a todo el mundo, pero nunca le sacaron nada personal, solo sonreía, saludaba y paseaba.

A pesar de la poca información sobre Teresita o Tere, nuestro muchacho decidió ir hasta la dirección que había en la botella, a pesar de que quedaba casi a tres días de camino.

En fin, llegó a la dirección.

Tocó el timbre, que no se oyó. Así que lo tocó otra vez. Ladridos. Malo eso. Los perros siempre interrumpen.

Se abre la puerta, y lo miran mal, él le dice que viene a traerle una botella a Teresita.

Y bueno, parece que empezar por decir lo de la botella fue un mal principio.

La muchacha que le abrió dijo que esperara y le cerró la puerta.

Se volvió a abrir: soy Tere. ¿Quién eres tú? ¿Por qué has preguntado por Teresita?

Ni buenos días, ni emoción. Aquella mujer era aburrida, no era fea, no, era aburrida.

Monocromática.

Decidió no contestarle nada, estaba decepcionado. El esperaba otra cosa

¿Qué esperaba?

Qué se yo, pero no esta mujer. ¿Cómo va a recibir algo así, alguien así?

Pero, en fin, él había venido hasta aquí a entregar la botella, lo demás era parte de su imaginación y ya se sabe que la imaginación es tan exagerada.

Así que sacó con mucho cuidado la botella de la bolsa en la que la llevaba y se la dio diciéndole:

Buenos días, soy Manuel, la llamo Teresita, porque así pone en esta etiqueta de esta botella que estaba en la playa, no la he abierto, y he recorrido un camino tres días, casi sin parar para traérsela ¿sabe?

Pero a Tere parece que le dio asco el asunto, así que el muchacho, estaba totalmente decepcionado. Le repitió que era para ella. Estuvo tentado de marcharse con la botella, al fin y al cabo, la tal Teresita no tenía interés en la botella y él si quería abrirla

Él le dijo que ella debía tomar la botella y por último si no la quería decírselo a él abiertamente.

Tere lo miró, con una cara de realmente no entender por qué ella debía tomar semejante decisión.

Así que ya sabemos que él la mandó. Así que al menos salió vivo de aquí.

Ya tenemos algo más.

Pero ¿esta mujer no tiene curiosidad? esta mujer desapasionada o tonta ¿no piensa abrir la botella?

Y ¿por qué se toma tantas molestias alguien por una mujer así?

Mandar al mar una botella con un mensaje es algo original, pero que además te llegue a tus manos es magia, pura magia.

Disculpe señora pero no sé cómo hace para no arrancarme la botella de las manos y abrirla. Ni siquiera sé cómo he hecho yo, para no abrirla.

Tere lo miró, pero creo que no lo veía.

Lleva perdido más de dos años. Se llevó una cuenta de ahorros de los dos y dejó aquí absolutamente todas sus cosas. Toda su vida. Toda, toda.

Decía cada palabra con desazón, con verdadero dolor, él había dejado toda su vida atrás, principalmente a ella.

Se fue, sin más, imagínese usted, un día se levanta y en la cama no está su esposo, ni en el baño, ni en el patio.

Está el carro.

Las llaves. La cartera. El teléfono. Toda su ropa, el cepillo de dientes. Todo.

¿Imagíneselo por favor?

La dejan a una y le dejan todo. ¿Cómo saber que no está por ahí muerto?

Hasta los zapatos dejó.

Se fue en zapatillas, las de ir por la casa.

Y como se fue sin zapatos, estúpida de mí, por mucho tiempo pensé:

No Tere no se ha muerto. Mire usted si esto no es una estupidez, pero era ver los zapatos y sentir que estaba vivo…

Todo, lo dejó todo.

Claro que pronto me llegó un mensaje al teléfono con el retiro de la cuenta, secuestro pensé, pero no, tampoco, porque ¿de dónde lo iban a secuestrar? Iba sin zapatos, en pijama, ¿de la casa? No, siempre dormíamos juntos.

Desayunó, en serio, preparó café, me dejó, como siempre, la mesa puesta para el desayuno. Y el diario al lado. Y se fue y dejó todo.

¿Entonces? ¿Abro la botella? ¿Me dirá que está perdido, secuestrado por piratas?

Quizás se lo llevaron con el velero de mi hermano que desapareció en esos días.

Entonces estará sufriendo, y ¿qué puedo hacer?

El muchacho menos decepcionado y más misericordioso pregunto:

Y la policía ¿no la ha llamado?

Fui, pero no me hicieron mucho caso.

No me hacen caso en general. Nadie.  Me dicen que se habrá ido, como tantos otros esposos, y me miran con la misma cara que tú.

¿Yo?

Me sentí mal por haberla pensado monocromática, aburrida.

Entonces ahora aparece usted, con una botella, con su letra en la etiqueta y quiere que me la quede.

¿Qué hago? ¿La pongo entre sus cosas?

¿Aún las guarda?

¿Por qué no? Tiene todos sus zapatos.

Entonces, dígame, ¿qué hago con la botella?

¿Se imagina que la abro y se ha ido? y lo dice.

O sea: Teresita, me fui.

O, Teresita, me harté de tus emociones encontradas y tus pensamientos brumosos.

O, hasta nunca, ya no te amo, se me acabo la provisión de amor. Voy a ver dónde encuentro más y cuando la tenga quizás regrese.

O peor, podría decir, fuiste lo mejor, pero ahora amo a otra.

No, eso no lo diría así, no, él usaría otras palabras, como: te he querido desde siempre y por este amor, he vaciado la cuenta del futuro, para esperarte allá, dentro de unos años.

Y está por ahí, en nuestro futuro, esperándome.

Entonces debe abrir la botella, quizás le envíe la dirección de dónde está.

No, esa botella solo lleva una dirección la mía. Fíjese que después de este tiempo sabe que estoy aquí. Sabe que no me he movido ¿que no lo espero? ¿Para qué más direcciones?

Eso no lo sabe nadie.

Se le perdió la vista en el infinito y ella misma se contestó

¿O sí?

Se quedó pensativa.

Miró nuevamente al muchacho, le dio las gracias y le cerró a puerta.

Dibujo a creyón de Claudia Chacón.

Visítala en: atodocreyon2.blogspot.com

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Las sabanas rebeldes de Margarita

Mis sábanas andan revueltas, andan que se quieren ir detrás de la brisa de una cuaresma despistada que las incita a rebelarse y volar lejos, volar al mar donde como velas puedan ser ellas.

Mis sábanas enganchadas en su cuerda buscan seguir a las bandadas de pájaros que andan jugando entre nubes y mangos.

En realidad ellas siempre andan tramando algo, a veces juegan con el sol y quietas tratan de broncearse, otras locas de inquietas como ahora tratan de ser la vela del velero que romántico va, de puerto en puerto, de beso en beso, de sol en sol, de palmeras y olivares y gaviotas, tijeretas, sardinas y pelicanos y que más, que se yo.

Y me las quedo viendo, y me las quedo mirando y no entiendo qué tanto saben ellas de gaviotas o del mar, ¿qué tanto? ¿será que yo imagino?

Por que ellas de la cama al patio, del patio al agua y a la espuma del jabón y de ahí a la cama otra vez… ¿qué tanto?

Y un día que llovía y soleaba y venteaba y gritaban los pájaros, escuché murmullos, así como chismorreo, no era la vecina, nadie en la calle, las sabanas ¿las sabanas murmuran?

Parece que si, entre el sol, las nubes, la lluvia y que uno en esta isla siente más, quiere más, pues lo que escuché fue que ellas, las sabanas, no tienen nada mejor que hacer que meterse en los sueños, en los recuerdos, en los pensamientos, y de ahí sacan el mar, las gaviotas, los veleros y la sal, los pelícanos con sardinas, la arena y seguro que también saben del amor y de llorar y de tanto más que sabrán.

Y yo que tengo tantas sábanas lavadas en el tiempo, ahora cuando me voy a dormir las miro con más respeto, las perfumo, las acaricio y les doy las buenas noches por si acaso, que no sea que de pronto se van.

Y todo esto pasa en esta isla de sol y gaviotas con sardinas y pelícanos, solo aquí las sabanas murmuran y chismorrean, solo aquí ellas escuchan los sueños y hasta quién sabe si se llegan a enamorar de aquel edredón de flores.

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ENCUENTRO

A pesar de no querer saber más de ti, cuanto mas me alejo más te encuentro.
He ido lejos, atravesado caminos, y marcado troncos, para no equivocarme y regresar por donde vengo.
Pero parece que nuestro amor tiene vectores y algoritmos que no puedo borrar o cambiar y aquí estoy de regreso.
Ya sé que no me crees.
Ya sé que no confías.
Pero es cierto y por eso, ni siquiera voy a tratar de que veas conmigo lo imposible del desencuentro.
He mirado formas y colores diferentes y hasta nuevos olores que me han gustado más que el tuyo, definitivamente me han gustado más.
He comido lo que no me gusta para cambiar mi paladar que tercamente, al principio, se negaba, y ahora, mírame comiendo coliflor contigo y tu mirándome con sorna y hasta con ironía.
dos especies nuevas en tu receta: sorna e ironía.
Y ni siquiera esos dos nuevo sabores tuyos han logrado el milagro, fíjate que lo llamo milagro, de separarnos.

¿es único el verso del universo

¿es único el verso del Universo? Dibujo a Creyón de Claudia Chacón

En   un inmenso mar de flores en Irlanda, muerto de frío y completamente solo, te pensé durante mucho rato, tanto, que se vino la noche helada y entonces me di cuenta de que pensarte, solo pensarte, ya me llevaba a tu encuentro.

Ya no estaba el mar de flores, y la helada eran rescoldos del  prado Irlandés, así de un solo golpe estaba dando la vuelta entre Urquija y Campoamor y tu estabas bajando del auto, primero un tacón, luego el pie, y después toda tu.

En serio, para volverse loco, o ya vuelto loco, no lo sé. Cómo saber si ya estoy loco ahora, o me volví loco cuando te fuiste o te dejé. Ni de eso me acuerdo.

Pero ahí estás, aqui estamos, yo tratando de explicarte lo que pasa, que ni es raro, ni complicado, solo pasa, me pasa a mi contigo. Porque te juro, que el resto de mi vida anda mas o menos igual, normal.

O quizás un poco marrón. un poco descolorido, pero solo quizás.

Lo que es seguro es que te encuentro, y eso me dice que es amor de ese de los versos, de ese que se puede llevar en cohetes a los marcianos, lejos, al centro del universo y hasta ellos sabrían que es amor, si no, ¿Dime tu, cómo es que te encuentro cuanto más me alejo ah?

 

 

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DESCUBIERTO

Nunca pensé, ni siquiera una sola vez, y tengo buena memoria, que alguien iba a saber de mí.
¿Por qué alguien se fijaría en mí? Nunca fui visible, o quizás lo fui pero de una manera irreal, aunque era obvio que yo ocupaba espacios, y cuando abría o cerraba las puertas se sabía que alguien había entrado, pero no yo, no, solo alguien.

Es como cuando te sientas a comer en un restaurante, eres uno que come, uno que pide esto y aquello como todos los demás. Uno más que come, sentado en una silla, ocupando un espacio y respirando el mismo aire que el de aquí o de allá, lo ordinario.

Algunos ocupan espacios y tiempos y tienen un nombre que le suena a muchas personas o a pocas, pero suena, no es solo que ocupe un espacio, no, es más que eso, es un nombre que suena en los oídos de alguien y rápidamente ese nombre toma forma, olor, color, y puede que hasta sabor.

No sé si llego a explicarme.

Pero es tan sencillo cuando solo ocupas espacio.

Tratemos de hablar de los cinco sentidos, quizás así sea más sencillo, puedo mirarte pero no verte. Puedo oírte pero jamás escucharte. Tu olor es normal, aunque usaras un perfume, serías el olor al perfume. ¿Entiendes? O hueles y eso es mal olor. Te recordarían por eso. Yo no huelo.
Hay sonido, voces que puedes reconocer sea como sea. Sabes quién es, casi en segundos. Hasta en una gran aglomeración si gritara, sabrías quién es.
Por eso cuando alguien me descubrió, me congelé, toda la sangre de mi cuerpo se quedó paralizada por segundos eternos, mi cara totalmente pálida, y un ligero temblor desde la cabeza hasta el coxis, que me hizo sacudirme sin ningún control.
Creo que por unos minutos perdí totalmente la noción de mí mismo. Como si hubiera dejado de ser yo y alguien se hubiera apoderado de mí.
Descubierto por una fortuita casualidad entre un billón de posibilidades.

Yo mismo cuando me afeito en el espejo cada mañana me desconozco, no me reconozco, absolutamente para nada, ese señor con esa barba cerrada, y esos ojos somnolientos, y las pequeñas arrugas, que me bosteza cada mañana y conversa conmigo, me es ajeno y además, se ha ido haciendo soportable porque su perturbadora constancia no da pie a eludirlo.

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Obra a creyón de Claudia Chacón

Imposible. Parece una locura, pero no lo es. No me identifico con el señor del espejo. Ni siquiera con las cosas que me dice, le respondo, por cortesía y para llenar silencios incómodos. Por eso ahora cuando alguien me ha reconocido, nombrado y tocado, ha sido tan difícil. Tanto. Todo de pronto se pone pesado, denso.
Como salir del agua, o entrar en ella.
Como respirar profundo en un paisaje exquisito y magnifico.
Como regresar de un largo paseo por el bosque, un paseo de verdad en el que eres bosque, sientes bosque y de pronto se acaba y eres tú y la calle, el límite, el estacionamiento, la gente.
Ese golpe multiplicado por cien. Así fue.
Alguien dice mi nombre que ya no recordaba, que nadie dijo casi nunca.

El apellido que a veces no recuerdo, el número del carnet de identidad, pero el nombre, no, yo no me llamo, no me nombro, soy yo, simple, yo.
Y creo firmemente, que por alguna razón que no alcanzo a encontrar, soy de los pocos que no se ven.
Quiero decir que los demás se ven y se reconocen normalmente, con sus nombres, voces, olores, y otros detalles que seguro tú sabes y das por sentado. Que ya te dije antes, pero necesito que me entiendas.
Al decir mi nombre, quizás entre millones soy el único, creo.
He leído bastantes guías telefónicas nuevas y viejas y en ninguna he encontrado a otro Yelton.
Lo de leer guías, no es nada extraño, se leen guías para encontrar personas, así que yo buscaba a otro yo, que se llamara Yelton, aunque sé que no es otro yo, pero si lo hubiera encontrado, seguro me sentiría como si hubiera otro yo.
Sería entonces más “normal”, con dos, hacer uno visible, nombráble, oíble, ¿entiendes?
Te decía que, oír mí nombre: Yelton.
Escuchar ese sonido:  Yelton, fue como si algo hubiera explotado cerca de mí, pero una explosión realmente fuerte, rápida, dura, sin error, Yelton.

Fue en la barra de un restaurante de comida rápida. Alguien entró se puso en la cola y cuando yo me estaba sentando en la barra, esta persona dijo: Yelton.
Menos mal que había dejado la bandeja para sentarme. No me senté. Congelado, como te dije, hice un enorme esfuerzo por salir de ese estado que me debe haber llevado unos minutos, quizás segundos, pero sentí que el tiempo, todo me caía encima, pesado, lento, cada aguja de mundo se me venía encima, se me clavaban campanadas, calendarios, un retroceso de sonidos e imágenes.
Ya sé, piensas que vi pasar toda mi vida por delante, pero no, no era eso, era el tiempo que se hacía físico, como la clara de huevo que se solidifica, como el agua de lluvia que te golpea en granizo; sólido el tiempo, todo el mío al menos, estaba cayendo sobre mí en cada Yelton.
Alguien me había descubierto, pero fíjate bien que «descubierto» puede llevarte a pensar que yo estaba escondido, agazapado, con nombre falso, huyendo, pero no, es descubierto porque al fin alguien quitaba la capa de invisibilidad que en algún momento había caído sobre mí.
O me había envuelto. Pero no, creo que no era eso.
O se me había metido en la piel.
O alguien por salvarme de algo atroz, me había arropado con aquella invisibilidad.
O por alguna otra razón. Qué puedo saber yo.
No importa.
Hace años, hice una lista que me llevó muchísimo tiempo, de cuales podían ser las razones que habían llevado a la vida a hacerme algo así.
Fíjate que digo “la vida” porque suena mejor que decir, “alguien me hizo” o “me hice”
Decidí echarle la responsabilidad a la vida por lo de la amplitud de la palabra.

La vida, en algún momento, ella, hecha objeto sólido (como el tiempo aquel día) había echado aquella capa sobre mí. Y la vida señora o señor, ella, ahora permitía que se cayera y me dejara a la vista.
Pensé que quizás la capa no resbaló ni cayó, ni mucho menos, era que aquella persona podía verme. Quizás era la única. Y ¿qué hago? ¿Qué se supone que haga ahora?
Las habilidades de los visibles nunca me interesaron, o sí, en algún momento, pero no recordaba bien cómo iba la escena. Como era el guión.
Pero, cuando dejaba la bandeja en la barra, congelado, temblando, el señor del espejo apareció justo delante de mí, justo ante la barra, delante de la bandeja, comía lo mismo que yo, Dios lo bendiga, porque él sabía exactamente qué y cómo hacer lo que correspondía.
Poder dejar en sus manos aquel momento fue glorioso, verlo actuar fue disfrutar una excelente actuación sin dudas, bueno, algunas pausas, algunas lagunas, lo normal, pero no mucho más.
Todo fue descubriéndose, lentamente, suavemente, iba tomando color cada renglón de mi vida, inventada o cierta, eso no lo sé, el señor hablaba y yo asentía, total que más podía darme a mí.
Como desdoblarse. Como si las flores y los árboles de los bosques hubieran estado hacia abajo enterrados, dándole la espalda al sol, pero existiendo al fin y al cabo, esperando ser descubiertos, esperando que “la vida” les quitara su cubierta, su capa, su tapa.
Y así fue.

P.D.

Hoy te lo puedo contar, aunque sé que quizás sabiendo esto, me des por loco, o con alguna tara y decidas alejarte. Normal por otro lado. Esto ha pasado hace poco y como aún estoy disfrutando de esta novedad, pues me pasan cosas como conocerte a ti y contarte esto.
Debiera sentarme ante ti y decírtelo de palabra ¿así se dice?

De viva voz.

Mirándote a los ojos. Quisiera ver qué caras estás poniendo ahora, que sería la que pondrías justo cuando te dijera todo esto.
Pero ¿cómo? La invisibilidad, se ha roto, pero ella es la rota, hecha añicos.
Así veo ahora, desde la distancia, como ella, la invisibilidad, se había apoderado de mí.
Y ahora, aunque ya no sea parte de mí, como la piel o los ojos, permanece como una esencia, como una estela, como la huella.
Un trauma. Eso, como un trauma. Recurrente, ella da vueltas de vez en cuando, me asusta un poco y luego se va. Quizás le hace gracia visitarme, o le hago falta.
Pero no puedo cosificarla, no debo. La dejo atrás, aunque aparezca. La etiqueto de PASADO. La meto en su cajón correspondiente en mi mente. No le permito pasar más allá de la sorpresa y el susto.
Por eso es que ahora, a través de las letras, puedo hacerme visible ante de ti.
Las letras, me permiten hacerme visible, volverme emociones, o temperaturas, o árboles y bosque.
El señor del espejo se burla un poco de que a esta edad he descubierto que con frases escritas y pensamientos puedo ser.
Al fin y al cabo, era algo que probablemente tenía que pasar.

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UN MAR DE PALABRAS DICHAS SIN PRONUNCIAR

Fue como un buceo en aguas profundamente superficiales, densas, con su propio barullo azul.

Había burbujas que advirtiendo el  oxígeno y por lo tanto seguridad,así aunque sumergida, respiras, y callas.
Hasta pude palabrear en flores y circuitos. No sé explicarlo mejor, no hablé, solo palabreaba, eran palabras enredadas en las burbujas y en las ondas azules del liquido que a ratos parecía agua, a veces densa tinta, a veces nubes mojadas. Hasta en un momento estaba tan fría que parecía nieve sucia.

Entrar allí fue una decisión sin pensar. De esas que llaman  impulsivas, como un suicidio de ahora para ya mismo.

Simplemente escuché de la laguna silenciosa y la fui a ver, no entendía que tenía de especial una laguna que no hace ruido, pero Yelton me advirtió que no era eso, era silenciosa,  cuando estás acercándote o sentado en una de las muchas bancas del parque que rodea la laguna, el silencio es un ruido que no puedes dejar de oír.

Los oídos llegan a zumbar de tanto ruido que hace el silencio.

Y uno sabe que es la laguna sin ninguna duda. Porque hay patos y otras aves por ahí que rompen de repente el silencio, lo destrozan más bien, tanto, que saltas con un simple graznido, tanto, que tienes que taparte los oídos para que no te duelan.

Aunque te duelen lo mismo, porque el graznido se mete en los oídos y tapárselos más bien lo mantiene allí adentro.

Autor: Claudia Chacón

Autor: Claudia Chacón

De pronto, cuando iba llegando, el silencio me agarrotó la garganta, empecé a sentir una especie de ahogo, traté de respirar profundo pero no pude, me dolían los pulmones, estaban como apretados de tanto silencio. Me quité la chaqueta y los zapatos, casi sin dejar de caminar hacia la orilla. Tratando de respirar y sin pensar en nada, nada, entré en la laguna que se fue haciendo profunda a cada paso, como cortar gelatina, o taparse con arena.

O entrar en el mar helado, o todo junto.  Ella, la laguna,  te va llevando.

Cuando entré, descubrí que era continua, pero en dimensiones, absolutamente cuánticas.

Estás dentro y la ves desde afuera, pero entré.

Hasta que me tapó el agua y empecé a pensar, y ahí fue que pensé en palabras, algo así como: azul, onda, cortar, suave, morir, silencio, despacio, aire, agua, y entre las palabras hermosas había burbujas azules y blancas que parecían repetir el palabreo, un eco de aguas, un eco de ondas.

No alucinaba, lo sé, escuché algún graznido y tuve plena conciencia del lugar y de mi cuerpo empapado…

No empapado no, hecho uno con la laguna. Cuando salí, después de mucho rato, era de noche. Afuera las farolas daban una luz tenue y tranquila, algún auto pasaba, alguna sirena lejana.

Satisfecha, muy satisfecha de aquel silencio, totalmente hecho laguna.

 

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