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LA NIÑA VERDE CON BOFETADA

Almira, empeñada como siempre en tener la razón, vistió a la niña con aquel horrendo vestido amarillo.
Le quedaba corto y se notaba que no era la talla correcta.
Y el color, ¡el color! El tío Marce lo llamada color hepático, y el abuelo rosado paella.
Así sería, para que dos hombres, más bien serios y poco detallistas, hubieran encontrado semejantes nombres a aquel amarillo deslucido.
Prudencia, que así se llama la niña, invento de la misma Almira, claro, decidió que era lo conveniente para la cita de la niña con su nueva escuela de señoritas.
Prudencia, escuchaba y callaba, siempre lo hacia. Era preferible eso que recibir las bofetadas histéricas de su madre.
Acepta y calla, se era el lema, claro que podía pasarse mil horas imaginando como asesinaría a su madre, o como su madre moría aplastada por una pared de la construcción de al lado. Y sonreía. Pasaría.
Totalmente convencida.
Pero hoy, un día más que importante, aun no había pasado. Y ella estaba a punto de llegar al nuevo colegio vestida como un espárrago seco.
Con todo aplastado y dos trenzas con lazos hechos, como no, con el bajo del vestido.

Sentada en el porche de la salida de la casa, se miraba en el espejo del paragüero.
No hay salida. Si de aquí allá no choca y se mata, o le da un ataque, o una araña venenosa entra en el auto y la pica dejándola quieta y dura,  si nada pasa, hoy será un día muy difícil.

Salió la madre, pletórica, le dijo:  Señorita vamos a inscribirla en la que será , su nueva vida. Vamos!

Y ahí estaba, rodeada de glamorosas o esmirriadas niñas, pero ningún espárrago como ella.

La directora pidió a la niña pasear por el inmenso jardín mientras se hacían los trámites de inscripción.
Prudencia, se sentó en una banca lejos de las demás.
Se sacó un lazo, deshizo una trenza.
Luego la otra.
Un zapato fuera. El otro.
Se sentía bien. Pero vendrían bofetadas.
De pronto recordó “las manchas imposibles”
Las de la tele.
La camisa blanca “perdida por las manchas de hierba”
Y pensó en las bofetadas.
Ya las tengo ganadas, no sé hacer trenzas.
Y entonces se sentó en la hierba, se arrastró un poquito, se volteó, miró su falda, decidió arrastrarse un poco mas, tipo tobogán.

Luego tipo cucaracha patas arriba, la croqueta, la empanizada.

Todas las revolcadas.
Unas treinta bofetadas.
¡Pero ella estaba ahora verde y risueña!

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