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DESCUBIERTO

Nunca pensé, ni siquiera una sola vez, y tengo buena memoria, que alguien iba a saber de mí.
¿Por qué alguien se fijaría en mí? Nunca fui visible, o quizás lo fui pero de una manera irreal, aunque era obvio que yo ocupaba espacios, y cuando abría o cerraba las puertas se sabía que alguien había entrado, pero no yo, no, solo alguien.

Es como cuando te sientas a comer en un restaurante, eres uno que come, uno que pide esto y aquello como todos los demás. Uno más que come, sentado en una silla, ocupando un espacio y respirando el mismo aire que el de aquí o de allá, lo ordinario.

Algunos ocupan espacios y tiempos y tienen un nombre que le suena a muchas personas o a pocas, pero suena, no es solo que ocupe un espacio, no, es más que eso, es un nombre que suena en los oídos de alguien y rápidamente ese nombre toma forma, olor, color, y puede que hasta sabor.

No sé si llego a explicarme.

Pero es tan sencillo cuando solo ocupas espacio.

Tratemos de hablar de los cinco sentidos, quizás así sea más sencillo, puedo mirarte pero no verte. Puedo oírte pero jamás escucharte. Tu olor es normal, aunque usaras un perfume, serías el olor al perfume. ¿Entiendes? O hueles y eso es mal olor. Te recordarían por eso. Yo no huelo.
Hay sonido, voces que puedes reconocer sea como sea. Sabes quién es, casi en segundos. Hasta en una gran aglomeración si gritara, sabrías quién es.
Por eso cuando alguien me descubrió, me congelé, toda la sangre de mi cuerpo se quedó paralizada por segundos eternos, mi cara totalmente pálida, y un ligero temblor desde la cabeza hasta el coxis, que me hizo sacudirme sin ningún control.
Creo que por unos minutos perdí totalmente la noción de mí mismo. Como si hubiera dejado de ser yo y alguien se hubiera apoderado de mí.
Descubierto por una fortuita casualidad entre un billón de posibilidades.

Yo mismo cuando me afeito en el espejo cada mañana me desconozco, no me reconozco, absolutamente para nada, ese señor con esa barba cerrada, y esos ojos somnolientos, y las pequeñas arrugas, que me bosteza cada mañana y conversa conmigo, me es ajeno y además, se ha ido haciendo soportable porque su perturbadora constancia no da pie a eludirlo.

atodocreyon2.blogspot.com

Obra a creyón de Claudia Chacón

Imposible. Parece una locura, pero no lo es. No me identifico con el señor del espejo. Ni siquiera con las cosas que me dice, le respondo, por cortesía y para llenar silencios incómodos. Por eso ahora cuando alguien me ha reconocido, nombrado y tocado, ha sido tan difícil. Tanto. Todo de pronto se pone pesado, denso.
Como salir del agua, o entrar en ella.
Como respirar profundo en un paisaje exquisito y magnifico.
Como regresar de un largo paseo por el bosque, un paseo de verdad en el que eres bosque, sientes bosque y de pronto se acaba y eres tú y la calle, el límite, el estacionamiento, la gente.
Ese golpe multiplicado por cien. Así fue.
Alguien dice mi nombre que ya no recordaba, que nadie dijo casi nunca.

El apellido que a veces no recuerdo, el número del carnet de identidad, pero el nombre, no, yo no me llamo, no me nombro, soy yo, simple, yo.
Y creo firmemente, que por alguna razón que no alcanzo a encontrar, soy de los pocos que no se ven.
Quiero decir que los demás se ven y se reconocen normalmente, con sus nombres, voces, olores, y otros detalles que seguro tú sabes y das por sentado. Que ya te dije antes, pero necesito que me entiendas.
Al decir mi nombre, quizás entre millones soy el único, creo.
He leído bastantes guías telefónicas nuevas y viejas y en ninguna he encontrado a otro Yelton.
Lo de leer guías, no es nada extraño, se leen guías para encontrar personas, así que yo buscaba a otro yo, que se llamara Yelton, aunque sé que no es otro yo, pero si lo hubiera encontrado, seguro me sentiría como si hubiera otro yo.
Sería entonces más “normal”, con dos, hacer uno visible, nombráble, oíble, ¿entiendes?
Te decía que, oír mí nombre: Yelton.
Escuchar ese sonido:  Yelton, fue como si algo hubiera explotado cerca de mí, pero una explosión realmente fuerte, rápida, dura, sin error, Yelton.

Fue en la barra de un restaurante de comida rápida. Alguien entró se puso en la cola y cuando yo me estaba sentando en la barra, esta persona dijo: Yelton.
Menos mal que había dejado la bandeja para sentarme. No me senté. Congelado, como te dije, hice un enorme esfuerzo por salir de ese estado que me debe haber llevado unos minutos, quizás segundos, pero sentí que el tiempo, todo me caía encima, pesado, lento, cada aguja de mundo se me venía encima, se me clavaban campanadas, calendarios, un retroceso de sonidos e imágenes.
Ya sé, piensas que vi pasar toda mi vida por delante, pero no, no era eso, era el tiempo que se hacía físico, como la clara de huevo que se solidifica, como el agua de lluvia que te golpea en granizo; sólido el tiempo, todo el mío al menos, estaba cayendo sobre mí en cada Yelton.
Alguien me había descubierto, pero fíjate bien que «descubierto» puede llevarte a pensar que yo estaba escondido, agazapado, con nombre falso, huyendo, pero no, es descubierto porque al fin alguien quitaba la capa de invisibilidad que en algún momento había caído sobre mí.
O me había envuelto. Pero no, creo que no era eso.
O se me había metido en la piel.
O alguien por salvarme de algo atroz, me había arropado con aquella invisibilidad.
O por alguna otra razón. Qué puedo saber yo.
No importa.
Hace años, hice una lista que me llevó muchísimo tiempo, de cuales podían ser las razones que habían llevado a la vida a hacerme algo así.
Fíjate que digo “la vida” porque suena mejor que decir, “alguien me hizo” o “me hice”
Decidí echarle la responsabilidad a la vida por lo de la amplitud de la palabra.

La vida, en algún momento, ella, hecha objeto sólido (como el tiempo aquel día) había echado aquella capa sobre mí. Y la vida señora o señor, ella, ahora permitía que se cayera y me dejara a la vista.
Pensé que quizás la capa no resbaló ni cayó, ni mucho menos, era que aquella persona podía verme. Quizás era la única. Y ¿qué hago? ¿Qué se supone que haga ahora?
Las habilidades de los visibles nunca me interesaron, o sí, en algún momento, pero no recordaba bien cómo iba la escena. Como era el guión.
Pero, cuando dejaba la bandeja en la barra, congelado, temblando, el señor del espejo apareció justo delante de mí, justo ante la barra, delante de la bandeja, comía lo mismo que yo, Dios lo bendiga, porque él sabía exactamente qué y cómo hacer lo que correspondía.
Poder dejar en sus manos aquel momento fue glorioso, verlo actuar fue disfrutar una excelente actuación sin dudas, bueno, algunas pausas, algunas lagunas, lo normal, pero no mucho más.
Todo fue descubriéndose, lentamente, suavemente, iba tomando color cada renglón de mi vida, inventada o cierta, eso no lo sé, el señor hablaba y yo asentía, total que más podía darme a mí.
Como desdoblarse. Como si las flores y los árboles de los bosques hubieran estado hacia abajo enterrados, dándole la espalda al sol, pero existiendo al fin y al cabo, esperando ser descubiertos, esperando que “la vida” les quitara su cubierta, su capa, su tapa.
Y así fue.

P.D.

Hoy te lo puedo contar, aunque sé que quizás sabiendo esto, me des por loco, o con alguna tara y decidas alejarte. Normal por otro lado. Esto ha pasado hace poco y como aún estoy disfrutando de esta novedad, pues me pasan cosas como conocerte a ti y contarte esto.
Debiera sentarme ante ti y decírtelo de palabra ¿así se dice?

De viva voz.

Mirándote a los ojos. Quisiera ver qué caras estás poniendo ahora, que sería la que pondrías justo cuando te dijera todo esto.
Pero ¿cómo? La invisibilidad, se ha roto, pero ella es la rota, hecha añicos.
Así veo ahora, desde la distancia, como ella, la invisibilidad, se había apoderado de mí.
Y ahora, aunque ya no sea parte de mí, como la piel o los ojos, permanece como una esencia, como una estela, como la huella.
Un trauma. Eso, como un trauma. Recurrente, ella da vueltas de vez en cuando, me asusta un poco y luego se va. Quizás le hace gracia visitarme, o le hago falta.
Pero no puedo cosificarla, no debo. La dejo atrás, aunque aparezca. La etiqueto de PASADO. La meto en su cajón correspondiente en mi mente. No le permito pasar más allá de la sorpresa y el susto.
Por eso es que ahora, a través de las letras, puedo hacerme visible ante de ti.
Las letras, me permiten hacerme visible, volverme emociones, o temperaturas, o árboles y bosque.
El señor del espejo se burla un poco de que a esta edad he descubierto que con frases escritas y pensamientos puedo ser.
Al fin y al cabo, era algo que probablemente tenía que pasar.

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