Cuando tejo, mi hijo dice que hago un sonido que lo duerme. Entonces descubro que cuando alguien teje, al mismo tiempo hace nanas. Por eso tejen las abuelas. Las de antes. Porque a ellas, siempre se les iba un hijo, y tejiendo, hacían nanas que volando llevaran buen sueño a sus hijos.
Sin saberlo claro, ellas no sabían, ellas añoraban y lloraban entre puntos y pasadas
Y ahora que no tejo, y soy abuela, mi hijo también se me fue.
Mi padre, siempre cuenta, que su madre le contaba las mejores historias mientras él la ayudaba a hacer madejas, y me las contó casi todas. Ahora son mías. Él las tenía en su memoria punto por punto y las cuidaba con ternura. Conocía cada entramado y conocía cada final, cada vuelta y punto… Vio la trama surgir y escuchó las nanas de su mama. Él (creo yo) no sabía que son nanas, pero sonríe, niño-anciano, por eso yo sé. Y por esas historias y madejas mi padre es poeta.
II
Mientras escribo, suena Adele en las cornetas, y aunque no la escuche, la oigo como una envoltura, una especie de transparencia que se mueve con el aire y va por las ventanas y mueve las cortinas. Ella anda en lo suyo, y yo escribo sobre las nanas que hace el tejido, ella tejió con notas y alma lo que ahora suena, y lo hizo sabiendo lo que estaba haciendo.
Como el tejedor: él sabe lo que está tejiendo, y como va a terminar su obra. El que lo mira no.
El tejedor une puntos y nudos y compone a su ritmo una nana. Única.
Adele canta lo que tejió y se entreteje con la trama del tejido de mis palabras. Todo se está uniendo, es como hacer de Bach. De partitura, de piano.
III
Voy sacando palabras y las anudo y enlazo, las tejo mientras Adele va cantando y tejiendo con la guitarra con su voz y sus hilos y uniéndose a la aguja de mi tejido. Hacemos nanas para el niño hombre que vuelve aunque se vaya. Eso no lo sabían mis abuelas. Ellas tejían sin Adele, y sin hijo, como yo ahora que tampoco sé pero creo que si…
Si este mensaje llegó a tus manos, ya sabes que cuando me fui, estaba vivo y en plenas capacidades, aunque tú lo dudes. Te dejé, me robé el velero de tu hermano y claro, ya sabes que vacié la cuenta para «el futuro»
Me fui solo, dudo que sea por mucho tiempo.
Deseo que se te pasen pronto las «emociones encontradas» nuevas que mi huida, te debe haber provocado.
Brindo por ti, chin, chin, querida Teresa.
Eso ponía en la carta que encontró Manuel en la playa, pero él no lo sabía.
Yo tampoco sabía mucho de la carta o de la botella en la que venía, pero como veo que tienes curiosidad por esta historia, pues me he puesto a preguntar por aquí y por allá, como un ejercicio de investigación.
Como no soy muy ordenada he ido escribiendo lo que me han ido contando.
A saber que es cierto y que no.
Tómalo con pinzas, porque ya se sabe, que cuando en los pueblos suceden estas cosas inusuales, rápidamente las lenguas y las mentes se lían en tejer palabras que adornen y detallen. Es como un concurso, algo así como:
A ver quién cuenta la historia de la manera más preciosa. Al final lo que importa es pasárselo bien. O, como en tu caso, saciar la curiosidad.
mensaje en una botella de Claudia Chacon en atodocreyonblogspot2.com
Tere. Estoy recolectando verdades y chismes, pero puedo adelantarte que cuando le dieron la botella, que estaba bastante estropeada, aun se leía su nombre y apellido. El que se la entregó, emocionado, claro, por todo lo que significa haberse tropezado con una botella del Moët, lacrada, imagínate, ¡lacrada¡ y con una etiqueta desvaída, en la que aún se podía leer:
Para Teresita Aizpurúa Méndez, mi amada esposa.
Su dirección…
Quien encontró la botella, un muchacho, sintió que aquello tenía todos los síntomas de romance, libro, películas, canciones, todo.
Tuvo casi, casi, la tentación de limpiarla, buen no, más bien frotarla, ya sabes, el genio, los tres deseos.
Pero decidió que prefería entregarla en persona a la tal Teresita, que aquello tenía que ser una verdadera historia de esas que no le pasan a todo el mundo.
Hasta evitó comentarlo. Era un secreto entre el escritor de aquel papelito que se veía adentro y él, pero claro cuando regresó de la playa ya estaba todo el mundo despierto y él iba por ahí con una botella roñosa de champaña, y había que preguntarle que para qué la quería, y al final, todos supieron de la botella.
Solamente una persona recordaba a una tal Tere que había pasado unas vacaciones en la villa, una joven seria y pálida que paseaba y leía libros, y que a veces andaba con un muchacho rubio que era todo sonrisas y que le caía bien a todo el mundo, pero nunca le sacaron nada personal, solo sonreía, saludaba y paseaba.
A pesar de la poca información sobre Teresita o Tere, nuestro muchacho decidió ir hasta la dirección que había en la botella, a pesar de que quedaba casi a tres días de camino.
En fin, llegó a la dirección.
Tocó el timbre, que no se oyó. Así que lo tocó otra vez. Ladridos. Malo eso. Los perros siempre interrumpen.
Se abre la puerta, y lo miran mal, él le dice que viene a traerle una botella a Teresita.
Y bueno, parece que empezar por decir lo de la botella fue un mal principio.
La muchacha que le abrió dijo que esperara y le cerró la puerta.
Se volvió a abrir: soy Tere. ¿Quién eres tú? ¿Por qué has preguntado por Teresita?
Ni buenos días, ni emoción. Aquella mujer era aburrida, no era fea, no, era aburrida.
Monocromática.
Decidió no contestarle nada, estaba decepcionado. El esperaba otra cosa
¿Qué esperaba?
Qué se yo, pero no esta mujer. ¿Cómo va a recibir algo así, alguien así?
Pero, en fin, él había venido hasta aquí a entregar la botella, lo demás era parte de su imaginación y ya se sabe que la imaginación es tan exagerada.
Así que sacó con mucho cuidado la botella de la bolsa en la que la llevaba y se la dio diciéndole:
Buenos días, soy Manuel, la llamo Teresita, porque así pone en esta etiqueta de esta botella que estaba en la playa, no la he abierto, y he recorrido un camino tres días, casi sin parar para traérsela ¿sabe?
Pero a Tere parece que le dio asco el asunto, así que el muchacho, estaba totalmente decepcionado. Le repitió que era para ella. Estuvo tentado de marcharse con la botella, al fin y al cabo, la tal Teresita no tenía interés en la botella y él si quería abrirla
Él le dijo que ella debía tomar la botella y por último si no la quería decírselo a él abiertamente.
Tere lo miró, con una cara de realmente no entender por qué ella debía tomar semejante decisión.
Así que ya sabemos que él la mandó. Así que al menos salió vivo de aquí.
Ya tenemos algo más.
Pero ¿esta mujer no tiene curiosidad? esta mujer desapasionada o tonta ¿no piensa abrir la botella?
Y ¿por qué se toma tantas molestias alguien por una mujer así?
Mandar al mar una botella con un mensaje es algo original, pero que además te llegue a tus manos es magia, pura magia.
Disculpe señora pero no sé cómo hace para no arrancarme la botella de las manos y abrirla. Ni siquiera sé cómo he hecho yo, para no abrirla.
Tere lo miró, pero creo que no lo veía.
Lleva perdido más de dos años. Se llevó una cuenta de ahorros de los dos y dejó aquí absolutamente todas sus cosas. Toda su vida. Toda, toda.
Decía cada palabra con desazón, con verdadero dolor, él había dejado toda su vida atrás, principalmente a ella.
Se fue, sin más, imagínese usted, un día se levanta y en la cama no está su esposo, ni en el baño, ni en el patio.
Está el carro.
Las llaves. La cartera. El teléfono. Toda su ropa, el cepillo de dientes. Todo.
¿Imagíneselo por favor?
La dejan a una y le dejan todo. ¿Cómo saber que no está por ahí muerto?
Hasta los zapatos dejó.
Se fue en zapatillas, las de ir por la casa.
Y como se fue sin zapatos, estúpida de mí, por mucho tiempo pensé:
No Tere no se ha muerto. Mire usted si esto no es una estupidez, pero era ver los zapatos y sentir que estaba vivo…
Todo, lo dejó todo.
Claro que pronto me llegó un mensaje al teléfono con el retiro de la cuenta, secuestro pensé, pero no, tampoco, porque ¿de dónde lo iban a secuestrar? Iba sin zapatos, en pijama, ¿de la casa? No, siempre dormíamos juntos.
Desayunó, en serio, preparó café, me dejó, como siempre, la mesa puesta para el desayuno. Y el diario al lado. Y se fue y dejó todo.
¿Entonces? ¿Abro la botella? ¿Me dirá que está perdido, secuestrado por piratas?
Quizás se lo llevaron con el velero de mi hermano que desapareció en esos días.
Entonces estará sufriendo, y ¿qué puedo hacer?
El muchacho menos decepcionado y más misericordioso pregunto:
Y la policía ¿no la ha llamado?
Fui, pero no me hicieron mucho caso.
No me hacen caso en general. Nadie. Me dicen que se habrá ido, como tantos otros esposos, y me miran con la misma cara que tú.
¿Yo?
Me sentí mal por haberla pensado monocromática, aburrida.
Entonces ahora aparece usted, con una botella, con su letra en la etiqueta y quiere que me la quede.
¿Qué hago? ¿La pongo entre sus cosas?
¿Aún las guarda?
¿Por qué no? Tiene todos sus zapatos.
Entonces, dígame, ¿qué hago con la botella?
¿Se imagina que la abro y se ha ido? y lo dice.
O sea: Teresita, me fui.
O, Teresita, me harté de tus emociones encontradas y tus pensamientos brumosos.
O, hasta nunca, ya no te amo, se me acabo la provisión de amor. Voy a ver dónde encuentro más y cuando la tenga quizás regrese.
O peor, podría decir, fuiste lo mejor, pero ahora amo a otra.
No, eso no lo diría así, no, él usaría otras palabras, como: te he querido desde siempre y por este amor, he vaciado la cuenta del futuro, para esperarte allá, dentro de unos años.
Y está por ahí, en nuestro futuro, esperándome.
Entonces debe abrir la botella, quizás le envíe la dirección de dónde está.
No, esa botella solo lleva una dirección la mía. Fíjese que después de este tiempo sabe que estoy aquí. Sabe que no me he movido ¿que no lo espero? ¿Para qué más direcciones?
Eso no lo sabe nadie.
Se le perdió la vista en el infinito y ella misma se contestó
¿O sí?
Se quedó pensativa.
Miró nuevamente al muchacho, le dio las gracias y le cerró a puerta.
Los crujidos de los muebles cuando están dormidos son los que a veces me despiertan suavemente.
Ellos crujen, se acomodan, lo hacen quizá para quitarse de encima el polvo y el tiempo.
Porque, eso sí, los muebles viejos crujen.
¿O no?
No lo sé, aquí hay muebles antiguos, pesados y grandes.
Llenos de cajones y puertas.
De espejos
Espejos que han visto gestos, caras, vestidos, cuerpos.
Los crujidos a veces me amenazan, o no; quizás los muebles al crujir remuerden la conciencia, por eso creo que me amenazan. No sé.
Ellos crujen, y en ese momento recuerdo aquello que quiero olvidar y entonces se convierten en una amenaza, aunque sé que ellos no son los que amenazan, pero prefiero pensar que sí, que su crujido me recuerda, y yo pretendo olvidar.
Otras veces ese sonido es dulce y esperanzador; me recuerda que estoy vivo, que puedo escuchar hasta ese pequeño sonido, dice que soy tan especial, que hasta a ellos los escucho, y entonces me lleno de alegría y ese día el gozo es grande; siento que puedo salir de esta oscuridad, de este encierro.
Los crujidos de los muebles dormidos a veces me invitan a vagar en la oscuridad, pasillo y salones quietos, cortinas y alfombras llenas de sombras, perdidos color y forma parece que me siguen de acá para allá.
Voy dejando huellas en cada paso; es como si me deslastrase del peso de cada día, en cada paso dejo peso, paso, peso, paso, peso.
Y el crujido de ellos va conmigo tocando teclas, ora de aleluya, ora de miedo, ora de remordimiento roedor y severo, ora de alegría y luces.
A veces se llena todo de miedo, puedo jurarlo, a veces no son ni míos, algunos me parecen hasta infantiles, cosas de ogros o de pesadillas, y a pesar de que ni los reconozco me lleno de pavor y no logro sacudírmelos y regresa el peso a cada paso. Paso, peso, paso.
Los crujidos a veces me los tengo que inventar porque la luna llena tiene los ruidos despiertos toda la noche, y a mí también, pero no hay problema, puedo reproducir en mi corazón cada sonido, y además se lo pongo a éste o aquél, como si cada mueble tuviera su sonido, que yo sé que no, pero me lo invento y entonces el peso cede, y los pensamientos abandonan su intensidad.
No es que tenga insomnio, nada de eso, es que a veces, a fuerza de estar solo, olvido cortinas y puertas, y es de día, y ya dormí y ya soñé, y en el silencio de la casa, los escucho, aun duermen y juego a la noche, sobre todo los domingos que no salgo, y todo está más quieto.
Los crujidos de los muebles cuando duermen son como una clave, a veces como una pista, algo así como la pieza exacta del rompecabezas, o la palabra justa del crucigrama o la respuesta a la pregunta que se quedó colgando ayer entre mi casa y la de ellos.
Los crujidos de los muebles cuando duermen dicen la hora exacta de resolver, de hacer las cosas, hacen algo así como el trabajo de los relojes. Pero más suave, más discreto, no te persiguen como el tic tac, o el tic tic tic, o las campanas de mentira en las iglesias.
Estoy seguro de que el crujido de los muebles al dormir le gustan más a Dios que las campanadas eléctricas, claro, cuando tiene tiempo para escuchar campanadas.
A veces, cuando los muebles crujen al dormir me pregunto si en realidad la historia de Dios es real, y entonces sucede que los crujidos me recuerdan al niño de mi niñez, al mocoso que todo lo podía.
Ese niño hablaba con Dios en un diálogo constante e intenso.
Pensé en er cura, pensando que Dios me había elegido para trabajar para él, en exclusividad, y hablé con el cura para saber cómo era el asunto, y entonces me dijo que Dios me hablaba porque yo lo conocía, que Dios andaba conmigo, que Dios en definitiva siempre estaba conmigo.
El cura se fue del pueblo. No pude preguntarle más.
En algún momento Dios se me quedó enredado en alguna esquina, en algún problema mío o de otros y ahí se quedó porque cuando hablo y hablo y hablo con Él, nadie responde, nada me dice que Él me escucha.
Cuando los muebles crujen, cuando están dormidos, no importa la hora o el momento siento que no estoy tan solo.
Cualquier otro sonido es ruido, porque ese crujido no es ruido, es como el latido de mi corazón, es una confirmación de que aun escucho más allá de mis oídos, más allá de la pesada realidad que a veces me empequeñece.
Quizás si sigo escuchando el crujir de los muebles al dormir, regrese Dios de su larga ausencia y podamos volver a conversar.
LA SORPRESA DE LA SOLEDAD DE LOS MOMENTOS PARALIZADOS
Y de pronto de adentro, del fondo salen todos los momentos paralizados, tapados, no vividos, entregados, comprometidos, todos estaban ahí, como si realmente fueran míos para vivirlos, aunque yo misma lo impidiera.
Destemplados se presentan porque ahora hay tiempo y espacio.
Cuántos años guardando y arrinconando.
De pronto descubro que solo tengo lo poco que necesito para mi.
No hay más.
Y descubro que el vacío no solo viene de la profunda meditación, no, también viene cuando cruzas el límite entre la razón y la locura y te salvas.
Gracias a las manos que me abrazan y me cuidan, y a los corazones que no entienden pero atienden.
EL DISCRETO ENCANTO DE UN ESCONDITE QUE AMANECE ENAMORADO
Ahí estaba él, como siempre puntual, regio, completo, magnífico.
De hecho no hubo sorpresa, siempre llega, siempre.
Y a pesar de su rutinaria presencia, de su encanto repetido y hasta antiguo, aún mueve mi sangre y me acelera el pulso.
Y entonces por buscar romper lo de siempre me escondí y observé.
Me daba risa, estar ahí agachada, con pequeñas lagartijas, hormigas, pelícanos, pero pudo más la intriga, ¿vendrá aunque no me vea?
¿vendrá magnífico como siempre, o habrá perdido brillo al no tener mis ojos para encandilar?
Nerviosa, quieta, silenciosa y expectante aquí estoy y entonces compruebo que no es él, que soy yo, bueno no yo, que son mis ojos, que es mi sangre que es eso que el sembró en mi, su encanto antiguo, su rutinaria y preciosa presencia.
Y aquí sigo escondida, asombrada, enamorada, sin perderme ni un rasgo, ni un movimiento, acompañada por el ruido del mar que nunca se calla, que me permite suspirar sin que él se entere, solo el pelicano observa, de lejos.
Tomo el hilo de mi tiempo y reviso lo tejido, tengo las manos vacías.
Descubro que no tengo nada que pueda exponer que sea verdaderamente mío, todo lo que veo aquí dentro y lo que está fuera tiene toques, trazos, sombras, atisbos que pueden tener mi esencia.
Y estoy bien con eso.
Si tuviera que hacer el equipaje justo ahora que reviso y actualizo, me bastaría una sonrisa, que tampoco es mía, pero esa me llevaría, esa me abriría las puertas porque aunque estoy segura de que tengo las manos vacías, esa sonrisa y las sonrisas de esa sonrisa me bastarían para hacerle un espacio a la esencia que he sido allí donde uno llega cuando se va.
Imagen de atodocreyon2blogspot.com de Claudia Chacón
Mis sábanas andan revueltas, andan que se quieren ir detrás de la brisa de una cuaresma despistada que las incita a rebelarse y volar lejos, volar al mar donde como velas puedan ser ellas.
Mis sábanas enganchadas en su cuerda buscan seguir a las bandadas de pájaros que andan jugando entre nubes y mangos.
En realidad ellas siempre andan tramando algo, a veces juegan con el sol y quietas tratan de broncearse, otras locas de inquietas como ahora tratan de ser la vela del velero que romántico va, de puerto en puerto, de beso en beso, de sol en sol, de palmeras y olivares y gaviotas, tijeretas, sardinas y pelicanos y que más, que se yo.
Y me las quedo viendo, y me las quedo mirando y no entiendo qué tanto saben ellas de gaviotas o del mar, ¿qué tanto? ¿será que yo imagino?
Por que ellas de la cama al patio, del patio al agua y a la espuma del jabón y de ahí a la cama otra vez… ¿qué tanto?
Y un día que llovía y soleaba y venteaba y gritaban los pájaros, escuché murmullos, así como chismorreo, no era la vecina, nadie en la calle, las sabanas ¿las sabanas murmuran?
Parece que si, entre el sol, las nubes, la lluvia y que uno en esta isla siente más, quiere más, pues lo que escuché fue que ellas, las sabanas, no tienen nada mejor que hacer que meterse en los sueños, en los recuerdos, en los pensamientos, y de ahí sacan el mar, las gaviotas, los veleros y la sal, los pelícanos con sardinas, la arena y seguro que también saben del amor y de llorar y de tanto más que sabrán.
Y yo que tengo tantas sábanas lavadas en el tiempo, ahora cuando me voy a dormir las miro con más respeto, las perfumo, las acaricio y les doy las buenas noches por si acaso, que no sea que de pronto se van.
Y todo esto pasa en esta isla de sol y gaviotas con sardinas y pelícanos, solo aquí las sabanas murmuran y chismorrean, solo aquí ellas escuchan los sueños y hasta quién sabe si se llegan a enamorar de aquel edredón de flores.
En realidad yo nunca había soñado, nada, absolutamente nada.
Cuando era pequeño inventaba pesadillas, sabía que era una buena forma de tener a mi papa corriendo a salvarme de los monstruos debajo de la cama o el hombre vestido de guerrero japonés dentro del armario o la aspiradora sangrienta que arrasaba con el gallinero dejando un reguero de plumas y sangre, y aquel terrible mango que en cuanto yo trataba de mordelo habría su enorme y dentada boca y me mordía toda la cara rápidamente..
Me las tenía que inventar y me daba mucha envidia que mi hermano mayor si las tuviera, las de él eran de verdad, el sudaba y le costaba horrores volverse a dormir temblaba y costaba mucho sacarlo del terror.
O al contrario, en los largos desayunos del domingo le relataba a mis papas sus sueños divertidos de vuelos, piscinas llenas de pastelitos que iba pescando con la boca, tocinillos de cielo, pequeñas bolitas de crema, trufas de chocolate y bolas de helado.
Y claro sus sueños creaban una avalancha de los sueños de mis papas, sueños menos divertidos, pero interesantes, encuentros con la abuelita Eulalia que siempre le sacaba los zapatos a mi papa y se pinchaba con las piedras o los discursos fantásticos de mi mama a la asamblea que aplaudía y la nombraba presidenta, la primera mujer presidenta y justo cuando iba a dar las gracias se daba cuenta de que no llevaba ropa interior.
En fin que entonces a mi me tocaba invariablemente inventar algún sueño que fuera al menos igual de entretenido que los de mis papas o si podía más divertido que los de mi hermano, aunque era difícil, él soñaba de verdad y tenía 8 años por fuerza sus sueños eran muy divertidos.
Así que ahí estaba yo inventando que entraba en el colegio y me recibían con una silla de honor por haber hecho la suma más larga del colegio o que el lápiz se convertía en una barra de caramelo y me lo comía y entonces no podía hacer el exámen y cuando trataba de explicarle a la maestra, a ella le daba risa porque la tiza era un pedazo de mazapán y los colores de los compañeros barras de caramelos de fresa y menta.
Y aquí estoy ahora escribiendo en mi diario que he tenido una pesadilla, realmente la tuve, ha sido algo impactante, mi esposa a mi lado se asustó cuando la desperté con mis gritos, yo estaba sudando, temblaba, mi respiración era rapidísima, había tenido una terrible pesadilla.
A pesar de no querer saber más de ti, cuanto mas me alejo más te encuentro.
He ido lejos, atravesado caminos, y marcado troncos, para no equivocarme y regresar por donde vengo.
Pero parece que nuestro amor tiene vectores y algoritmos que no puedo borrar o cambiar y aquí estoy de regreso.
Ya sé que no me crees.
Ya sé que no confías.
Pero es cierto y por eso, ni siquiera voy a tratar de que veas conmigo lo imposible del desencuentro.
He mirado formas y colores diferentes y hasta nuevos olores que me han gustado más que el tuyo, definitivamente me han gustado más.
He comido lo que no me gusta para cambiar mi paladar que tercamente, al principio, se negaba, y ahora, mírame comiendo coliflor contigo y tu mirándome con sorna y hasta con ironía.
dos especies nuevas en tu receta: sorna e ironía.
Y ni siquiera esos dos nuevo sabores tuyos han logrado el milagro, fíjate que lo llamo milagro, de separarnos.
¿es único el verso del Universo? Dibujo a Creyón de Claudia Chacón
En un inmenso mar de flores en Irlanda, muerto de frío y completamente solo, te pensé durante mucho rato, tanto, que se vino la noche helada y entonces me di cuenta de que pensarte, solo pensarte, ya me llevaba a tu encuentro.
Ya no estaba el mar de flores, y la helada eran rescoldos del prado Irlandés, así de un solo golpe estaba dando la vuelta entre Urquija y Campoamor y tu estabas bajando del auto, primero un tacón, luego el pie, y después toda tu.
En serio, para volverse loco, o ya vuelto loco, no lo sé. Cómo saber si ya estoy loco ahora, o me volví loco cuando te fuiste o te dejé. Ni de eso me acuerdo.
Pero ahí estás, aqui estamos, yo tratando de explicarte lo que pasa, que ni es raro, ni complicado, solo pasa, me pasa a mi contigo. Porque te juro, que el resto de mi vida anda mas o menos igual, normal.
O quizás un poco marrón. un poco descolorido, pero solo quizás.
Lo que es seguro es que te encuentro, y eso me dice que es amor de ese de los versos, de ese que se puede llevar en cohetes a los marcianos, lejos, al centro del universo y hasta ellos sabrían que es amor, si no, ¿Dime tu, cómo es que te encuentro cuanto más me alejo ah?
Nunca pensé, ni siquiera una sola vez, y tengo buena memoria, que alguien iba a saber de mí.
¿Por qué alguien se fijaría en mí? Nunca fui visible, o quizás lo fui pero de una manera irreal, aunque era obvio que yo ocupaba espacios, y cuando abría o cerraba las puertas se sabía que alguien había entrado, pero no yo, no, solo alguien.
Es como cuando te sientas a comer en un restaurante, eres uno que come, uno que pide esto y aquello como todos los demás. Uno más que come, sentado en una silla, ocupando un espacio y respirando el mismo aire que el de aquí o de allá, lo ordinario.
Algunos ocupan espacios y tiempos y tienen un nombre que le suena a muchas personas o a pocas, pero suena, no es solo que ocupe un espacio, no, es más que eso, es un nombre que suena en los oídos de alguien y rápidamente ese nombre toma forma, olor, color, y puede que hasta sabor.
No sé si llego a explicarme.
Pero es tan sencillo cuando solo ocupas espacio.
Tratemos de hablar de los cinco sentidos, quizás así sea más sencillo, puedo mirarte pero no verte. Puedo oírte pero jamás escucharte. Tu olor es normal, aunque usaras un perfume, serías el olor al perfume. ¿Entiendes? O hueles y eso es mal olor. Te recordarían por eso. Yo no huelo.
Hay sonido, voces que puedes reconocer sea como sea. Sabes quién es, casi en segundos. Hasta en una gran aglomeración si gritara, sabrías quién es.
Por eso cuando alguien me descubrió, me congelé, toda la sangre de mi cuerpo se quedó paralizada por segundos eternos, mi cara totalmente pálida, y un ligero temblor desde la cabeza hasta el coxis, que me hizo sacudirme sin ningún control.
Creo que por unos minutos perdí totalmente la noción de mí mismo. Como si hubiera dejado de ser yo y alguien se hubiera apoderado de mí.
Descubierto por una fortuita casualidad entre un billón de posibilidades.
Yo mismo cuando me afeito en el espejo cada mañana me desconozco, no me reconozco, absolutamente para nada, ese señor con esa barba cerrada, y esos ojos somnolientos, y las pequeñas arrugas, que me bosteza cada mañana y conversa conmigo, me es ajeno y además, se ha ido haciendo soportable porque su perturbadora constancia no da pie a eludirlo.
Obra a creyón de Claudia Chacón
Imposible. Parece una locura, pero no lo es. No me identifico con el señor del espejo. Ni siquiera con las cosas que me dice, le respondo, por cortesía y para llenar silencios incómodos. Por eso ahora cuando alguien me ha reconocido, nombrado y tocado, ha sido tan difícil. Tanto. Todo de pronto se pone pesado, denso.
Como salir del agua, o entrar en ella.
Como respirar profundo en un paisaje exquisito y magnifico.
Como regresar de un largo paseo por el bosque, un paseo de verdad en el que eres bosque, sientes bosque y de pronto se acaba y eres tú y la calle, el límite, el estacionamiento, la gente.
Ese golpe multiplicado por cien. Así fue.
Alguien dice mi nombre que ya no recordaba, que nadie dijo casi nunca.
El apellido que a veces no recuerdo, el número del carnet de identidad, pero el nombre, no, yo no me llamo, no me nombro, soy yo, simple, yo.
Y creo firmemente, que por alguna razón que no alcanzo a encontrar, soy de los pocos que no se ven.
Quiero decir que los demás se ven y se reconocen normalmente, con sus nombres, voces, olores, y otros detalles que seguro tú sabes y das por sentado. Que ya te dije antes, pero necesito que me entiendas.
Al decir mi nombre, quizás entre millones soy el único, creo.
He leído bastantes guías telefónicas nuevas y viejas y en ninguna he encontrado a otro Yelton.
Lo de leer guías, no es nada extraño, se leen guías para encontrar personas, así que yo buscaba a otro yo, que se llamara Yelton, aunque sé que no es otro yo, pero si lo hubiera encontrado, seguro me sentiría como si hubiera otro yo.
Sería entonces más “normal”, con dos, hacer uno visible, nombráble, oíble, ¿entiendes?
Te decía que, oír mí nombre: Yelton.
Escuchar ese sonido: Yelton, fue como si algo hubiera explotado cerca de mí, pero una explosión realmente fuerte, rápida, dura, sin error, Yelton.
Fue en la barra de un restaurante de comida rápida. Alguien entró se puso en la cola y cuando yo me estaba sentando en la barra, esta persona dijo: Yelton.
Menos mal que había dejado la bandeja para sentarme. No me senté. Congelado, como te dije, hice un enorme esfuerzo por salir de ese estado que me debe haber llevado unos minutos, quizás segundos, pero sentí que el tiempo, todo me caía encima, pesado, lento, cada aguja de mundo se me venía encima, se me clavaban campanadas, calendarios, un retroceso de sonidos e imágenes.
Ya sé, piensas que vi pasar toda mi vida por delante, pero no, no era eso, era el tiempo que se hacía físico, como la clara de huevo que se solidifica, como el agua de lluvia que te golpea en granizo; sólido el tiempo, todo el mío al menos, estaba cayendo sobre mí en cada Yelton.
Alguien me había descubierto, pero fíjate bien que «descubierto» puede llevarte a pensar que yo estaba escondido, agazapado, con nombre falso, huyendo, pero no, es descubierto porque al fin alguien quitaba la capa de invisibilidad que en algún momento había caído sobre mí.
O me había envuelto. Pero no, creo que no era eso.
O se me había metido en la piel.
O alguien por salvarme de algo atroz, me había arropado con aquella invisibilidad.
O por alguna otra razón. Qué puedo saber yo.
No importa.
Hace años, hice una lista que me llevó muchísimo tiempo, de cuales podían ser las razones que habían llevado a la vida a hacerme algo así.
Fíjate que digo “la vida” porque suena mejor que decir, “alguien me hizo” o “me hice”
Decidí echarle la responsabilidad a la vida por lo de la amplitud de la palabra.
La vida, en algún momento, ella, hecha objeto sólido (como el tiempo aquel día) había echado aquella capa sobre mí. Y la vida señora o señor, ella, ahora permitía que se cayera y me dejara a la vista.
Pensé que quizás la capa no resbaló ni cayó, ni mucho menos, era que aquella persona podía verme. Quizás era la única. Y ¿qué hago? ¿Qué se supone que haga ahora?
Las habilidades de los visibles nunca me interesaron, o sí, en algún momento, pero no recordaba bien cómo iba la escena. Como era el guión.
Pero, cuando dejaba la bandeja en la barra, congelado, temblando, el señor del espejo apareció justo delante de mí, justo ante la barra, delante de la bandeja, comía lo mismo que yo, Dios lo bendiga, porque él sabía exactamente qué y cómo hacer lo que correspondía.
Poder dejar en sus manos aquel momento fue glorioso, verlo actuar fue disfrutar una excelente actuación sin dudas, bueno, algunas pausas, algunas lagunas, lo normal, pero no mucho más.
Todo fue descubriéndose, lentamente, suavemente, iba tomando color cada renglón de mi vida, inventada o cierta, eso no lo sé, el señor hablaba y yo asentía, total que más podía darme a mí.
Como desdoblarse. Como si las flores y los árboles de los bosques hubieran estado hacia abajo enterrados, dándole la espalda al sol, pero existiendo al fin y al cabo, esperando ser descubiertos, esperando que “la vida” les quitara su cubierta, su capa, su tapa.
Y así fue.
P.D.
Hoy te lo puedo contar, aunque sé que quizás sabiendo esto, me des por loco, o con alguna tara y decidas alejarte. Normal por otro lado. Esto ha pasado hace poco y como aún estoy disfrutando de esta novedad, pues me pasan cosas como conocerte a ti y contarte esto.
Debiera sentarme ante ti y decírtelo de palabra ¿así se dice?
De viva voz.
Mirándote a los ojos. Quisiera ver qué caras estás poniendo ahora, que sería la que pondrías justo cuando te dijera todo esto.
Pero ¿cómo? La invisibilidad, se ha roto, pero ella es la rota, hecha añicos.
Así veo ahora, desde la distancia, como ella, la invisibilidad, se había apoderado de mí.
Y ahora, aunque ya no sea parte de mí, como la piel o los ojos, permanece como una esencia, como una estela, como la huella.
Un trauma. Eso, como un trauma. Recurrente, ella da vueltas de vez en cuando, me asusta un poco y luego se va. Quizás le hace gracia visitarme, o le hago falta.
Pero no puedo cosificarla, no debo. La dejo atrás, aunque aparezca. La etiqueto de PASADO. La meto en su cajón correspondiente en mi mente. No le permito pasar más allá de la sorpresa y el susto.
Por eso es que ahora, a través de las letras, puedo hacerme visible ante de ti.
Las letras, me permiten hacerme visible, volverme emociones, o temperaturas, o árboles y bosque.
El señor del espejo se burla un poco de que a esta edad he descubierto que con frases escritas y pensamientos puedo ser.
Al fin y al cabo, era algo que probablemente tenía que pasar.